Escribo este post desde el más absoluto misterio de saber qué me voy a encontrar en la caseta 320 (Antonio Machado) de la Feria del Libro de Madrid. Mi viejo amigo, el que me dice que voy a estar más solo que la "menos una", me susurra con cariño al oído para darme ánimos y aguantar el golpe de humildad. Acabo de publicar mi primer libro (Periodismo Ficción), algo que nunca pensé que ocurriría. De hecho, no lo he hecho yo, sino una editora valiente llamada Elena P. Jiménez; que con todo su empeño ha montado editorial (esferaED), colecciones y un contexto de letras muy prometedor. Y en medio, un hueco para las pequeñas crónicas que llevo escribiendo desde hace un tiempo. No necesito un golpe de humildad. Estoy tan curtido, que parezco un puto sparring al borde de la jubilación. Es más, estar aquí es como estar en un podio. Ahora, tras este elogio a la pasión de la autocompasión, tengo la sensación de que hoy algo termina y comienza un nuevo y largo episodio de Periodismo ficción. Veo un Ángel caído por ahí, muchas calles entre árboles, gente corriendo de un lado a otro, libros, mequetrefes que juegan a leer, otros que de verdad están fascinados con las letras, veo muchos pesonajes. Y entre ellos yo.
Ayer, por circunstancias, acabé en una cabina de apenas seis metros cuadrados. En su día fue el eslabón con camastro de un viejo burdel. Ahora es un microteatro a cambio de dinero. En este espacio dos actores contaban una historia sobre alguien que de momento no se atreve a dar el paso... No porque no quiera, sino porque todavía no sabe si quiere. No sabe con qué parte de la vida quedarse. Duró poco. Pero me dio tiempo a oler el miedo, el mío y el de las decisiones encerradas.
Cuando me marché descubrí que me había salido un pelo rojo en la barba. Entonces recordé el (también micro) cuento que me contaba mi tío de pequeño... Una historia que construyó para mí. Algo así como que aunque yo era moreno, mi pelo era rojo -como el de mi madre- pero sólo por dentro... y que éste saldría si encontraba el motivo de entregar el caparazón que mi tío me regaló cuando cumplí 5. Algo dejé en aquella cabina. Iba más ligero y con un mechón rojo que parecía estar unido a una idea aún por verbalizar. El caso es que estaba a gusto con lo puesto.
Y ahora, en una nueva vida... En una nueva cabina, caseta en este caso, hago lo posible por disfrutar desde la mirada desde dentro. No sé si podré atinar con alguna firma, si sabré dar puntadas con o sin hilo conductor. De momento, yo, sigo cosiendo cabos con pelo rojo y palabras que follan. Mañana será otro día.
- FIN -
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