Acabo de pasar por un cruce y mientras caminaba en cierto sentido, en otro (en dirección contraria) me he cruzado conmigo mismo. Venía precipitado, anacrónico... Y me he terminado atropellando. Ahora, en el suelo, veo cómo me fundo en un solo cuerpo de texto; por un momento temí ser testigo de mi propia fuga. De no prestarme ayuda y huir. Afortunadamente me he quedado. Y tirado en este cruce de ideas y caminos me entretengo ignorando el dolor del golpe. Venía pensando en todos los esquemas que se van rompiendo con los años; en los límites que caen a medida que consagras los tuyos; en la foto que me gustaría tener abierta en mi teléfono si me mato en un accidente; en el capítulo 107; en lo irónico que es todo...
Venía en un sentido, me cruzaba en otro. Volvía del súper también, con bolsas llenas de argumentos de supervivencia. Entonces mi cuerpo de texto me mandó un mensaje a través de un tipo simpático y legible. Debía borrarme de aquel camino, sin prisa, sin pausa y a doble espacio. Dolorido, pero consciente, suscribí el mensaje. Me levanté como pude antes de ser arrollado por una caravana de realidades tangibles. Ahí ya no iba a estar mi doble sentido para socorrerme. Giré, torcí, miré y eché a andar por un silencio que salía de una bocacalle desbocada.
Hice una foto del momento y la convertí en postal. La envié y creo que llegó. Y ahora, en este mismo instante estoy sentado en un café solo, solo. Observando el cruce que tengo delante. Quiero ver qué pasa sin pasar. Sólo mirar. Me doy cuenta de que nunca lo he hecho. Parar y observar. Entonces ocurre. Sucede. Empieza a pasar. Y me digo, "Dios no existe, son los cruces".
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La ilustración la adquirí (mientras pensaba en mi videoclub redentor) en el Mercado del diseño y es de Luis Alves.
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La ilustración la adquirí (mientras pensaba en mi videoclub redentor) en el Mercado del diseño y es de Luis Alves.
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