
Una mañana
amaneció sentada al borde de un libro sin tapas . La experiencia le recordó
-sobre todo por el olor- a una vieja ocurrencia de su padre, cuando pescaban en
una poza sin agua, pero llena de verbos corretones y submarinos. Antes de
marcar la página sobre la que se había sentado se sumergió un poco más en
aquella ocurrencia y pescó desde aquellos verbos. Uno, el más inquieto, la
reconoció inmediatamente. Pocas personas como ella le habían dado tantos
sentidos en el fondo. Y sobre todo, nadie como ella había empatizado tanto con
una palabra así. El otro, más amoldado a su medio y sus formas, no se resistió
y declinó cualquier voluntad de cobrar sentido alguno. Ella, con el verbo del
pasado en su mano, se reconcilió con su padre. La ocurrencia recuperada fue el
vehículo; consistió en implicarla en un proceso de búsqueda submarina a través
de una caña con (en apariencia) pocas ganas de pescar.
Ya en el
tren, ya en el camino entre la impostura y la flexión, se se dio una vuelta por
sus consecuencias conscientes y regresó con todo el equipaje de mano; la parte
facturada tardaría un tiempo en llegar. Era un ejercicio necesario, lleno de
matices de libertad. El prólogo la esperaba con las tramas abiertas y los
brazos sin solapas. Sabía que todo lo que estaba por llegar ya sólo dependía de
ella y de los verbos administrados en sus maletas. Palabras propias,
salvavidas, redentoras, animadoras de crecimiento.
Un día llegó
a su destino: el lugar donde todo sigue y concurre. Y lo mejor de todo,
suspira, es que por fin sé estar; ella, el verbo, el recuerdo ocurrente y su
sitio preciso, añado yo (un narrador ni fu ni fa... sostenido entre palabras).
El libro se abrió de tapas, ella ocurrió y a mí se me ocurrió que era el
momento.
Comentarios
Te dedico una (genu)flexión.