
Ayer jugamos al mentiroso con dados. Cada cual con su as bajo manga. Maestra y aprendiz en el mismo pulso, en la misma pulsión. Nos pillamos en los mismos renuncios, ganamos las mismas bazas, empatamos en todo. No había manera de mentir sin sacrificar una verdad; era imposible ser sincero sin colar una soberana bola.
Por agotamiento decidimos parar y algo más. Decidimos barrer en la misma dirección, a ver qué sentido encontrábamos. Así que hacerlo hacia fuera o hacia dentro ya no dependía sólo de mí. Era una cosa de dos. Carla baraja los dados como nadie. Y yo sé cuáles son mis cartas en una baraja limitada. Aquella fue la mejor experiencia que vivimos juntos. Desde entonces mota a mota barremos hacia el mismo punto.
Ahí nos encontramos, en una partida sin llegada, donde las cartas están marcadas por nosotros.
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