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24 Horas y un segundo

Hoy es uno de esos días en los que soy consciente de que tengo -casi (a falta de 5 meses)- 40 años. El motivo es que hago recuento y veo que llevo dos años corriendo (no es una metáfora, o sí), corriendo como deporte habitual; y este mes 4 veces por semana y saliendo de casa a eso de las 6 de la mañana. Dicen que este fenómeno es muy habitual a partir de estas edades, cuando deportes 'extremos' como el fútbol, el tenis o el baloncesto quedan al otro lado de la pantalla del televisor, mientras nos convertimos en espectadores con tendencia a la euforia ajena. 

Como decía, hoy ha sido especial... Me levanto y me planto en la calle con mis Asics Gel Nimbus 12 (¡Estoy tan orgulloso de esta compra, y eso que son horteras de cojones!), con la camiseta de una carrera que nunca corrí y mi malla imposible de Decathlon. Objetivo: una hora de ejercicio y 10km a completar. De fondo mi "playlist" programada para mantener el ritmo, no aburrirme y que suene la Marsellesa a partir de los dos últimos kilómetros... Pero hoy toda esta parafernalia ha pasado a un segundo plano. Porque cuando sales un sábado a las 7 de la mañana, esa extraña hora en la que coincidimos en la calle aquellos que emergen del sueño etílico (y por la expresión de los ojos, diría también psicotrópico) de un after con los repartidores de períodicos, los panaderos, algunos confundidos que no saben qué hacen por ahí y tios que sienten los 40 en la nuca como yo...

Veo a esos chicos y chicas, puestos hasta las cejas (como se decía en la época en la que salía los fines de semana y terminaba en el Siroco deseando que no encendieran las luces que indicaban el camino al amanecer), y me veo al otro lado de la pantalla. Pero en un lado no de vuelta, sino en un lado tranquilo, amueblado de normalidad, hermoso, sereno, patético en ocasiones, sincero, transparente, con su justa dosis de canallismo, sin prisas, cómodo e inquieto a la vez, flexible, racional pero inflamable (y con un extintor donde antes no lo había), con música sin estridencias, libre de gilipolleces (aunque a veces sean necesarias unas dosis), sin ansiedades de demostración (bueno, esto no me lo creo mucho aunque lo escriba)... En definitiva un lado en el que me gusta estar. Y menos mal, porque no hay más opción. 

Y sobre todo, me doy cuenta de que me hago mayor porque a mitad de mi carrera veo los restos de un botellón descomunal sobre el césped del monumento de la Constitución de 1978 y me cago en todo aquel capaz de dejar bolsas llenas de miserias, botellas medio llenas o al borde del abismo, de mear en un portal... Claro, cuando estaba dentro, hace 20 años, aunque jamás tiré un papel al suelo (eso va en la educación más que en la edad) no me indignaba tanto como ahora. Y para gestionar todos esos restos de una noche, es decir, para limpiarlo, sólo veo a un trabajador, que se va haciendo más y más insignificante rodeado de tanta mierda mientras sigo mi trayecto.

Al final he llegado, impulsado por la sonata de una eterna Revolución y abstraído; camuflado entre mis cosas y pendientes de otras. Son los 40 y éste es un día raro... Un sábado 30 de junio que va a durar 24 horas y un segundo...

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Yo ya voy por los 70 y tengo hijos de 40. Tu reflexión la reconozco. Se puede vivir de muchas formas pero la más gratificante es la que se construye con materiales que tenemos a mano.
grp ha dicho que…
Me gusta mucho esa reflexión de Anónimo con hijos de 40.

Yo hace años que no estoy en el lado del botellón, pero tampoco en el de los deportes extremos (zapatillas horteras sí tengo). Eso sí, me quedo ojiplática de admiración al leer que algunos corren 10 km a las 6 de la mañana (con la marsellesa de fondo, jaja)!!.

Debe de ser que aún ando por el camino de en medio :)
Dani Seseña ha dicho que…
Anónimo, decir que yo me reconozco en tu reflexivo reconocimiento. Decir que entre los 40 y los 70 hay mucho fútbol (entiéndase la metáfora) que construir con materiales a mano.

grp, qué alegría recuperar tus comentarios por este camino del medio. Que, por cierto, recorrido con voluntaria horterez sobre plantilla y talón a punta... resulta tan surrealista como inspirador. ¡Cuántos kilómetros ya!

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