Por Elías Noger
Me acaban de contratar en una empresa creativa. Sí, una de esas que están gobernadas por auténticos mediocres capaces de pasar por alquimistas, gracias a la habilidad de convertir una saco de tópicos en frases seductoras en 'modo twitter' e irrefutables cuando se pronuncian en conferencias, por ejemplo, sobre innovación. Pero el trabajo sucio, la pica y la piedra, las hostias y demás, caen sobre gente devoradorora de cabeza propia y Lexatín como yo. Porque para eso me han contratado y el eje o la premisa de mi fichaje se resume en una frase: Dale una vuelta al tema.
"¡Elías, dale una pensada a esto y luego nos reunimos!". Darle una pensada -otra versión de la puta frase- significa que coja la propuesta del cliente iluminado de turno y la transforme en una moto imposible de circular, pero que resulte irrenunciable para el que paga. Me pagan una pasta, no me quejo, pero a cambio, además de mi alma -esta la regalé en la primera entrevista- he de pensar por los mediocres y renunciar a mi visibilidad como hacedor de belleza publicitaria. Y hacerlo sin descanso. No firmo ni apareco como creador de nada. ¡Qué es eso! Tengo 51 años y mis jefes no llegan juntos ni a los 45; mastican chicle todo el tiempo y apestan a superficialidad, se les ve el plumero y éste no es de los que atrapan el polvo sino de los que vampirizan a los esclavos como yo a golpe de dar vueltas a las cosas.
Yo nací girado y el médico me puso de vuelta y media. No sé si desde entonces, pero casi desde ese momento me convertí en un ser que no para de dar vueltas a las cosas. Hasta a las más insignificantes; no por intentar significarlas, sino porque soy un enfermo de las asociaciones... y claro, una cosa lleva a la otra y al final, la cosa más insignificante del mundo tiene un socio que se significa en mi cabeza, después llega la traca final, que es el momento en el que el sentido de eso que me lleva comiendo la cabeza desde un momento dado, se materializa. Ahí es cuando descanso. Dura poco, porque empalmo vueltas con vueltas.
Y ellos, los dueños de mi empresa. Esos que hablan de ecosistemas de innovación, de feedbacks, de sinergias, de complementos, de creatividad (con la boca y el pecho llenos) o de yo qué sé cuántos tópicos más de esos que se llevan tanto ahora... Los cabrones saben detectar a los volteadores de ideas (por defecto de fábrica) como yo. Buscan nuestro punto débil y muerden. Y desde ese instante estamos perdidos. Su veneno se aferra a mi sangre y las asociaciones corren contundentes por mis venas. Eso sí, con la diferencia de que ya no le doy la vuelta a mis cosas (que me las han robado) sino a las que me traen estos especuladores del cliché.
Miro por la ventana de mi despacho de pensar, pongo el oído y veo que en una sala del edificio de enfrente (que no pertenece a mi empresa ni a otra que se dedique a esto...) se celebra una reunión donde están creándome. Hablan de mí... ¡¡¡Pero yo ya existo!!! ¡¡¡Cómo puede ser!!! ¡¡¡Están diseñándome!!! Esa es mi cara, mi voz, mis ideas sueltas, aquel recuerdo, la patada de mi colega El Zarpas, mi sonrisa sobre el váter, mi vida...
¡Hasta siempre, me doy la vuelta!
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Anónimo 2