Perplejo quedé, y sin perder tiempo me metí en una caja de zapatos con los cordones dentro. No sin antes, claro, hacer unos agujeros pensados para recibir ese aire que me faltaba por dentro. No me quedaba otra salida que la expiración. Terminé. Aquel mal sueño me tiró de la cama. Así fue como construí mi puente subterráneo y entré hacia afuera de forma entrecortada rozando los exteriores del interior.
En ese puente cedí el paso a las vicisitudes e idiosincrasias de los vecinos más molestos. Después comencé a recorrer sus kilómetros mientras no avanzaba. Ahí, completamente parado a toda velocidad, sentía pasar la vida vivida de la mano de la no engullida. ¡Y todo...! -Me repetía una y otra vez- ¡...Por un mal sueño! Una pesadilla en la que un político con cabeza flexible y oblonga me invitaba a una partida de dardos.
Desde su invitación me iban desapareciendo centimetros. Empezó por un meñique, siguió por un recuerdo, después el primer beso con lengua e inmediatamente después perdí la mitad del codo. Cuando perdí la partida no quedaba nada de mí. El político, sin embargo, no desaparecía de mi vista, y eso que ya no tenía ojos. Se acercaba más y más hasta que finalmente interviene y me arranca algo vital... Es cuando me despierto perplejo.
Estoy en la mitad del puente subterráneo. Sigo sin moverme, pero más rápido que antes. A lo lejos veo lo más cercano. Delante de mis narices tengo que graduar la vista. A los lados siento me roza un viento que transporta ideas sueltas e indómitas que pertenecen al pasado de un hipotético futurible. El suelo es de madera. De pronto, me agarra del brazo una idea y me pone la zancadilla. Cuando despierto, me doy cuenta de que nada ha sido un sueño.
En ese puente cedí el paso a las vicisitudes e idiosincrasias de los vecinos más molestos. Después comencé a recorrer sus kilómetros mientras no avanzaba. Ahí, completamente parado a toda velocidad, sentía pasar la vida vivida de la mano de la no engullida. ¡Y todo...! -Me repetía una y otra vez- ¡...Por un mal sueño! Una pesadilla en la que un político con cabeza flexible y oblonga me invitaba a una partida de dardos.
Desde su invitación me iban desapareciendo centimetros. Empezó por un meñique, siguió por un recuerdo, después el primer beso con lengua e inmediatamente después perdí la mitad del codo. Cuando perdí la partida no quedaba nada de mí. El político, sin embargo, no desaparecía de mi vista, y eso que ya no tenía ojos. Se acercaba más y más hasta que finalmente interviene y me arranca algo vital... Es cuando me despierto perplejo.
Estoy en la mitad del puente subterráneo. Sigo sin moverme, pero más rápido que antes. A lo lejos veo lo más cercano. Delante de mis narices tengo que graduar la vista. A los lados siento me roza un viento que transporta ideas sueltas e indómitas que pertenecen al pasado de un hipotético futurible. El suelo es de madera. De pronto, me agarra del brazo una idea y me pone la zancadilla. Cuando despierto, me doy cuenta de que nada ha sido un sueño.
Comentarios
(Como no había comentarios pues he pensado que era una pena dejar un post tan complicado y sabroso así sin oídos que le digan algo. Un saludo...)