El viejo Paco sale sosegado a la calle con sus dos mastines: Pío y Losi. Sosegado porque han bajado las temperaturas; y Pío y Losi por rendir culto a sus fabuladores favoritos. Ambos visten con arnés rojigualdo y él, el viejo Paco, con el atuendo de un Flecha (familiarmente falangista)... poco habitual. Es su costumbre pasear por el barrio, comprar pan de maíz y sentarse en el banco con sus dos criaturas para cantarles la canción del flecha:
¡En pie, flechas de España!
Falange es victoriosa.
Dame el fusil pequeño,
que suena ya una clara voz:
Para que yo creciera
sobre una Patria hermosa,
mis hermanos mayores
cayeron cara al sol.
Un día dejaremos
los viejos camaradas;
escuelas y talleres
e iremos todos a formar
en un soto florido,
al pie de las espadas
porque la Patria joven
ha amanecido ya.
Los canes aúllan en los silencios y ladran al final del ruido. Después, el viejo Paco les premia con una galleta. Sosegado y realizado, el viejo Paco vuelve a su casa, que cariñosamente llama madriguera. Con los últimos rayos de sol enseña a sus mascotas a jugar al Backgammon en las escaleras de la iglesia Ortodoxa.
Y ya por la noche llega la jornada de lectura sin cena. Ahora está revisando uno de sus libros favoritos: Así quiero ser. Es el viejo Paco, un tipo que forma parte del paisaje urbanístico de mi barrio, y es homosexual. Fede, su ex, fue quien le enseñó a jugar al Backgammon; murió hace dos años. Y ahora el viejo Paco sigue tratando de superar su muerte e intentando ser un flecha octogenario heterodoxo ejemplar. Es el viejo Paco.
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