No ha pasado ni un minuto y ya está ahí, vigilando cada movimiento del motorista maldito. Todos tienen puestos los ojos en él; en el motorista. Pero nadie le vigila a él; al vigilante. Al motorista le atribuyen tantas maldades como años de cárcel en su oscuro pasado...
...A saber: una pintada (muy infantil) que no sale ni con lejía, de un pene con sus testículos y al final del miembro una frase que dice "De aquí no salgo ni en pintura"; ruedas de coche que aparecen más infladas de lo normal; libros sin tapas abandonados por las aceras; imbornales adornados con flores del Nepal; manchas con mensaje; palillos chinos con algodón sin sentido...
Al vigilante todos le respetan porque es simpático y persuasivo. Además, dicen, protege a los vecinos del malvado que huele a gasolina. En el bar suele contar chistes y meterse a la vez la mano en el bolsillo para forzar con su muñón (no tiene dedos) el ruído de monedas acumuladas; un tic seguramente heredado de su padre. Chasquea la lengua y relame su mondadientes de madera. Los demás ríen su guión.
El motorista no sabe parar. Se pasa todo el día yendo -nunca viniendo- con su Harley. Sólo para 'ante' los semáforos. Pero no hace nada más. Sencillamente, insisto, no para. No enseña su rostro. Ni sus cartas. Y a pesar de todo, se le culpa popularmente de todos los males del barrio... Y eso que no vigila.
No han pasado ni cinco minutos y el vigilante chasquea la lengua con el palillo entre los dientes, mientras no quita ojo al motorista. Esto no ha hecho más que empezar.
Comentarios