Ir al contenido principal

Inquietos: Un rumor benigno con
metástasis de leyenda

El médico no sabía dónde meterse. Delante de él tenía a un paciente que aseguraba poseer dobles intenciones, una novedad escamada y la verdad (incierta) en los cojones. El shock para el doctor Quieto, sin embargo, vino 10 años después cuando descubrió que ese paciente era él mismo. Todo empezó durante una sesión de hipnosis. Miguel Quieto, médico de cabecera, debía extirparse una leyenda sin metástasis, pero anclada bajo el pómulo derecho.

La leyenda hablaba de un rumor benigno, fuente de sensaciones dispares en algunos médicos. Se manifestaba con un pinchazo sutil que pasaba a convertirse en sonrisa idiota. Cuenta la leyenda que los pacientes terminaban volviéndose locos si miraban a los ojos del médico durante el pinchazo y la sonrisa posterior. Una ruina para todos. Román Inquieto, compañero y amigo personal del doctor Quieto lo detectó a tiempo y le propuso intervenir desde el subconsciente.

¡Hipnosis, Román! ¡Estás loco! Miguel se sentía hundido. Todo cuadraba y lo sabía, pero tenía pánico a que alguien hurgara en su interior. Sin embargo no había tiempo. Si no intervenía, el rumor benigno crecería, se convertiría en hecho cierto y además pasaría a llamarse maligno. El doctor Inquieto preparó todo una vez su colega y amigo Quieto, asumió la realidad del asunto. Un cuarto en penumbra, silencio sepulcral, un sillón de piel clara y un túnel oscuro que atravesar hasta llegar al núcleo... Todo listo.

En el trayecto, Quieto no paró de moverse, de inquietarse... Lloraba, hablaba -con culpa- con familiares y amigos del pasado. Cuando oía tonos que le recordaban el La mayor, la nota preferida de su padre (Sancho el pianista), se convertía en menor y caía en la infancia. Y al fin, Román logró estabilizarle y utilizar su mente para llegar a la leyenda bajo el pómulo derecho. Allí estaba, todo un rumor benigno con mala cara y peor gesto. Empezó a cortar de raíz con preguntas y respuestas desde lo más profundo de la mente.

Todo iba bien. La entrevista seguía su curso. Pero en un momento dado algo falló. A una pregunta contestaron dos voces. Una la controlaba, aseguraba Inquieto, la de Miguel. Pero la resultaba tan desconocida como grave. El pulso de Miguel empezó a alterarse. Apenas quedaba un ápice de leyenda... Sin embargo la agitación impedía responder con normalidad. Con todo en contra Román tomó una decisión: poner en boca y mente de Miguel palabras que no diría, pero que seguro pensaba. No había tiempo, había que actuar, cerrar y salir, y así lo hizo.

¿Cómo te sientes? Raro. ¿Lo tienes? Lo tengo. ¿Cómo me has visto? Bien, con mucho que decir. Cuéntame. Cada cosa a su tiempo, ahora tienes que descansar, ha sido un camino muy intenso. ¿Cuánto ha durado la sesión? Tres horas. ¿¿Qué?? Como lo oyes...

Román dudó si decirle lo que había pasado al final, pero pronto volvió a decidir. No se lo contaría. Diez años después, las consecuencias salieron al mundo exterior. De nuevo el mismo paciente con idéntico cuadro: dobles intenciones, una novedad escamada y la verdad (incierta) en los cojones. Cómo podía estar frente a mí mismo y tener un tono más alto, que roza en algún momento el La mayor, se preguntaba angustiado. Pero como el paciente no se veía reflejado en el doctor Quieto, el shock quedaba sólo de un lado. ¿Qué le pasa, doctor?

Su colega Inquieto había muerto 2 años atrás en circunstancias extrañas. Así que el doctor Quieto fue ingresado de urgencia (por colapso) gracias a la rapidez del paciente aquejado de dobles intenciones, una novedad escamada y la verdad (incierta) en los cojones. Miguel nunca volvería a la consciencia. Lo único que quedaba de él era su presunto yo desdoblado del paciente con la novedad escamada... La leyenda ahora, estaba en sus manos. ¿A quién iría ahora a contarle el rumor?

Comentarios

Juana ha dicho que…
Si la verdad es escamada, y la leyenda está en las manos .... necesitamos leedores de escamas, escuchadores de manos .... los rumores los sentiremos en cuanto consigamos desdoblarnos.
grp ha dicho que…
Menudo despliegue de intenciones, locura, transferencias, imaginación, quietud e inquietud. Hipnotizada me hallo.

Ahora, no sé qué prefiero, si una intervención de urgencia que evite que mi posible rumor se convierta en hecho cierto, o esperar hasta escuchar el rumor ajeno y respirar alivio porque no está en mí. Inquieta me despido.

Entradas populares de este blog

El verbo y el tren coloquial

Estación de Atocha, Madrid. Enero 2016 Esperaba subirse a un verbo que le llevara lejos. Lejos del último adjetivo que le arrastró hasta el reverso del suelo que pisaba. La mente en blanco y un mapa por recomponer, una geografía por reubicar. La frase de su amiga fue letal. Cada letra iba cargada con verdades que ni él mismo había valorado. Las comas, las pausas, los silencios y lo malditos puntos suspensivos quemaban. Así esperaba ese vehículo redentor. Inquieto, teneroso, tembloroso, entusiasta del desaliento, sabedor de sus miserias, conocedor accidental de las verdades que le dan cuerpo a la mente... ...Y en su maleta tan sólo llevaba un verso contagioso que no escribió. Un texto que recibió por azar de un sueño a través de un diálogo que no sabe cómo empezó pero sí adónde le llevaba.  El murmullo del vagón susurraba desde el fondo del plano. Podía oler el reflejo de su escapada. Imaginaba una huída para empezar, no de cero, pero sí desde un quiebro de sí mismo. Enrai

Idas y venidas por una mala salida

 Viéndolas venir me dieron en toda la cara. Una a una, las idas y venidas de años anteriores (y una del que entra) fueron golpeándome repetidamente hasta que pronuncié la palabra requerida: "Perdón". Las idas reclamaban un sitio concreto al que llegar; las venidas, más dimensiones. La correspondiente a 2021 era ida y estaba algo más perdida. Lo más difícil para mí fue darme cuenta de que tenía la responsabilidad de ubicarlas. Lo supe por una mala salida de otra persona hacia mí. Ésta, la mala salida, me advirtió -poco antes de abofetearme por izquierda y derecha con la mano abierta- de que debía organizarlas. ¿Cómo? pregunté. Viéndolas venir, exclamó. Así que tras pedir disculpas y tomar la firme decisión de implicarme en la búsqueda de lugares y dimensiones, todo empieza. A ver...

En tela de juicio bajo tierra

Me echan monedas... ¡hasta billetes de 10 y 50€! Voy arreglado, sólo estoy algo mareado y sentado en el suelo del metro por no poder sostenerme en pie. Soy abogado , pero no puedo pararles y decirles que no necesito su dinero. No me sale la voz. Estoy preso  en este pasillo... Bloqueado, encerrado y cubierto por aquella tela de juicio que usaba mi padre para tejer el amor hacia mi madre, la gran fiscal en estado permanente (somos 15 hermanos). La superficie de mi maletín tumbado se ha deprimido por la gravedad del dinero... Y no para de hundirse. Yo, mientras tanto, sigo sin saber qué razón inmaterial me impide levantar la cabeza y erguirme como Dios siempre me indicó. Empiezo a detestar el sonido del dinero, la caridad... No puedo defenderme de este ataque absurdo. No sé si me miran mientras tiran su circulante. ¡Nos sabéis lo que llevo en el maletín, desgraciados, no lo sabéis! ¡Con estos papeles sabríais lo fácil que me resultaría hundir vuestros culos en la miseria. Por fin co