Por Augusto Segundo
Se llama David Schudger y una empresa (muy grande) le tenía atado por contrato desde 1999. Su misión era idear, diseñar, desarrollar y propagar los virus más dañinos -y retorcidos- por la Red. Pero su 'contrato de permanencia' ha caducado y no ha habido renovación. Desconozco los detalles. Lejos de ser un motivo de angustia, para David ha supuesto la liberación de su vida... y obra. No ha tardado ni dos días en montar su propio laboratorio.
Hace no mucho me comentó que estaba trabajando desde hacía tiempo en un ser superior a todo lo que conocíamos hasta hoy. Un mutante llamado Gusano capaz de traspasar los límites físicos y penetrar en la piel de las personas. Y desde ahí remover las entrañas a su gusto; acceder a los pensamientos, intenciones y frustraciones de quien quiera. De las pruebas, si las hizo con seres humanos, no me dijo nada. Tampoco fue muy claro en relación con el fin ni con los efectos del 'bicho'.
Ahora estoy en su casa-laboratorio. Y tengo delante a Schudger. Está raro, relajado. Sonríe y me cuenta la historia de cada una de las fotos familiares que adornan su laboratorio. De vez en cuando se pone serio de golpe, como si otro David -atrapado- quisiera salir. Anda descalzo sobre su tarima sin acuchillar. Se rasca la nuca a ratos. Mira, en ésta, mi padre me está regalando mi reloj. Aquí, mi prima me está puteando. Aquel verano, logré vencer el miedo a la nada. Allí estamos todos, en el pueblo donde no había nadie...
Se cae (o se tira) al suelo. Se retuerce. Me pide que le libere. Cómo, le pregunto. Dale a Enter. Me grita. Pero su ordenador no funciona, no responde ante nada. Empieza a sonar una música de fondo, parece Maritrini, pero no estoy seguro... Schudger sufre convulsiones. Ahora suena Yo soy aquel, de Raphael. Hace el pino, baila break dance, se sube por las paredes. De pronto: ¡silencio sepulcral! Se relaja en el suelo. Ahora se levanta, se calza, su gesto es...
...Sí! Su gesto es como el de un peregrino que ha visto al Papa en un extremo de su opción personal. Camina hacia su Mac, pulsa la barra espaciadora y Enter al mismo tiempo. Lo ha logrado, David ha terminado el trabajo. La conclusión llega con él. ¿Tú eres el gusano? Le pregunto. Lo soy. Me contesta con calma y seguridad plena. No sé cómo va a terminar esto... pero por lo que dicen sus ojos, me temo que voy a ser su primer cobaya... Me tiembla todo porque no sé cómo despedirme de mí mismo.
Se llama David Schudger y una empresa (muy grande) le tenía atado por contrato desde 1999. Su misión era idear, diseñar, desarrollar y propagar los virus más dañinos -y retorcidos- por la Red. Pero su 'contrato de permanencia' ha caducado y no ha habido renovación. Desconozco los detalles. Lejos de ser un motivo de angustia, para David ha supuesto la liberación de su vida... y obra. No ha tardado ni dos días en montar su propio laboratorio.
Hace no mucho me comentó que estaba trabajando desde hacía tiempo en un ser superior a todo lo que conocíamos hasta hoy. Un mutante llamado Gusano capaz de traspasar los límites físicos y penetrar en la piel de las personas. Y desde ahí remover las entrañas a su gusto; acceder a los pensamientos, intenciones y frustraciones de quien quiera. De las pruebas, si las hizo con seres humanos, no me dijo nada. Tampoco fue muy claro en relación con el fin ni con los efectos del 'bicho'.
Ahora estoy en su casa-laboratorio. Y tengo delante a Schudger. Está raro, relajado. Sonríe y me cuenta la historia de cada una de las fotos familiares que adornan su laboratorio. De vez en cuando se pone serio de golpe, como si otro David -atrapado- quisiera salir. Anda descalzo sobre su tarima sin acuchillar. Se rasca la nuca a ratos. Mira, en ésta, mi padre me está regalando mi reloj. Aquí, mi prima me está puteando. Aquel verano, logré vencer el miedo a la nada. Allí estamos todos, en el pueblo donde no había nadie...
Se cae (o se tira) al suelo. Se retuerce. Me pide que le libere. Cómo, le pregunto. Dale a Enter. Me grita. Pero su ordenador no funciona, no responde ante nada. Empieza a sonar una música de fondo, parece Maritrini, pero no estoy seguro... Schudger sufre convulsiones. Ahora suena Yo soy aquel, de Raphael. Hace el pino, baila break dance, se sube por las paredes. De pronto: ¡silencio sepulcral! Se relaja en el suelo. Ahora se levanta, se calza, su gesto es...
...Sí! Su gesto es como el de un peregrino que ha visto al Papa en un extremo de su opción personal. Camina hacia su Mac, pulsa la barra espaciadora y Enter al mismo tiempo. Lo ha logrado, David ha terminado el trabajo. La conclusión llega con él. ¿Tú eres el gusano? Le pregunto. Lo soy. Me contesta con calma y seguridad plena. No sé cómo va a terminar esto... pero por lo que dicen sus ojos, me temo que voy a ser su primer cobaya... Me tiembla todo porque no sé cómo despedirme de mí mismo.
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