Cuando te encuentras un verbo abandonado en mitad de un charco de sangre no te queda más remedio que recogerlo. Por lo menos a mí me ha dado por ahí. Se llama Rogelio y renunció a su modo infinitivo y quisieron despedazarlo a golpe de desuso. Pero en este caso la víctima no es Rogelio, sino el portador. No me ha contado nada de él, aún está entumecido y en estado de shock por lo ocurrido. Pero queda claro que quiso proteger a su verbo y acabaron con su vida.
De momento lo he guardado en un viejo diccionario sin tapas ni cartón que tengo por ahí. Uno de esos que usaba en B.U.P. Ahí estará a salvo. Sin embargo, páginas más atrás descubro, por cierto, un trozo de servilleta marca Taberna del tío Fausto donde, con letra muy ilegible, hay escrito un verbo: Embrear (Untar con brea). Hay más: cerca del índice me dejé en su día un billete falso de mil; una carta de amor que no leí -no sé por qué-; y una entrada del concierto del 87 (tocaban U2, The Pretenders y UB40 en el Santiago Bernabeu).
El asilo verbal de Rogelio, el verbo sin modo infinitivo, se ha terminado convirtiendo en un acto de arqueología antropológica personal. He acabado emocionándome por cada recuerdo hallado... Porque sobre todo, he dado con una parte de mí que había abandonado -no sé si- en un charco de sangre -como a Rogelio-. Esa parte ordenada, algo ñoña y muy melancólica que no se olvida de la inmateria prima propia. En fin... Esto parece un principio.
Comentarios
Por ciero, pobre verbo, me ha enternecido verle tan chungo.
las viejas hojas almacenan historias tan mínimas que a veces ni un verbo ensangrentado -tras haber sido protegido- es capaz de encontraer su sujeto; su estructura. Lo importante es descubrir que un día quisiste darle valor aunque las pasaras de largo. Rogelio, al fin y al cabo tiene fama de marcapáginas.
Tapón