Con una mano le sujetaba la cabeza y con la otra apuntaba y amenzaba con darle el último puñetazo. Pero Pascual estaba inconsciente, no oponía resistencia y su cara era un poema deforme y ensangrentado. La respiración de Damián, sin embargo, mantenía el agitado ritmo del corazón. Las ganas de darle ese último golpe tardaron en desaparecer, pero terminaron por difuminarse. Soltó la cabeza (desde la cruceta) y Pascual Marioneta besó la acera de la Calle Rencor.
Así terminaba una enemistad sostenida durante décadas. Una relación nada maniquea con un origen extraño. La pelea zanjó el asunto. Nunca hablaban, sencillamente se dedicaban a putearse mutuamente. Una vieja historia de un céntrico barrio madrileño sin principio, con mucho nudo y desenlace reciente.
Les unía la soledad. Eran dos viudos huérfanos, sin hijos ni amigos. Sólo se tenían el uno al otro. ¡Son buena gente! Me dice Samarita, una vecina. Y añade: ¡Tenía que pasar... Demasiados años así, son muchos años! ¿Así, cómo? Le pregunto. Así, sin resolver na... Desde que eran pequeños.
Preguntando a unos y a otros, me entero de que a uno de ellos (parece que fue Pascual) un día (por las buenas) le dio por meterse con la madre de Damián y al rato murió... sin más. Después, cuando Damián se enteró, fue rápidamente a meterse con la madre de Pascual. Al día siguiente se la encontraron sin vida en la cama. Desde entonces optaron por evitarse y hacerse daño indirectamente. Un año después, murieron los padres. Primero el de Damián y a la hora y media, el de Pascual.
Ayer, tres días después de la pelea, Damián fue a ver a Pascual al hospital. Aún no ha salido. Y así lo dejo, porque tengo muy claro que aquí termina esta pequeña historia de barrio; en la clínica que antes fue un colegio, la escuela donde Pascual se metió con la madre de Damián.
Así terminaba una enemistad sostenida durante décadas. Una relación nada maniquea con un origen extraño. La pelea zanjó el asunto. Nunca hablaban, sencillamente se dedicaban a putearse mutuamente. Una vieja historia de un céntrico barrio madrileño sin principio, con mucho nudo y desenlace reciente.
Les unía la soledad. Eran dos viudos huérfanos, sin hijos ni amigos. Sólo se tenían el uno al otro. ¡Son buena gente! Me dice Samarita, una vecina. Y añade: ¡Tenía que pasar... Demasiados años así, son muchos años! ¿Así, cómo? Le pregunto. Así, sin resolver na... Desde que eran pequeños.
Preguntando a unos y a otros, me entero de que a uno de ellos (parece que fue Pascual) un día (por las buenas) le dio por meterse con la madre de Damián y al rato murió... sin más. Después, cuando Damián se enteró, fue rápidamente a meterse con la madre de Pascual. Al día siguiente se la encontraron sin vida en la cama. Desde entonces optaron por evitarse y hacerse daño indirectamente. Un año después, murieron los padres. Primero el de Damián y a la hora y media, el de Pascual.
Ayer, tres días después de la pelea, Damián fue a ver a Pascual al hospital. Aún no ha salido. Y así lo dejo, porque tengo muy claro que aquí termina esta pequeña historia de barrio; en la clínica que antes fue un colegio, la escuela donde Pascual se metió con la madre de Damián.
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El calendario zaragozano.