Para los que ya casi no nos queda pelo en la cabeza nos resulta fácil camuflarnos en verano. Una gorra, unas gafas y ya está... Perfecto para ir de incógnito a la escucha de Casimiro. Así lo he hecho. Sabía que tenía que levantarse pronto para ir comprar víveres de fin de agosto. Me lo sopló Paquito, “el kioskero”, que sabe muy bien cómo hacer la vista gorda ante mi interés por las andanzas de Casimiro. Localizado, le seguí después de hacer la compra.
Yo iba sin mi perra esta vez, sólo llevaba un periódico y una bolsa blanca con atrezzo. Me acerqué al banco donde suele hacer su parada obligada antes de entrar en el estanco y me puse a escuchar. Contaba, en voz relativamente baja, que había pasado el verano en un pueblo del sur, con su hijo. Estaba cabreado porque le habían tomado el pelo en un restaurante. La Tasquilla o la Caquilla, no sé, no conseguí entenderlo muy bien. ¡18 euros por un maldito carpaccio de tomate! Parece que lo de carpaccio sonaba a irónico. Se quejaba de que en un plato de extraordinarias dimensiones habitaban unas finísimas lonchas que no corresponderían ni a un cuarto del tomate (supuestamente raff). ¡¡18 euros!! Se quejaba una y otra vez. El resto de la carta, al parecer, más de lo mismo.
Como de costumbre saltaba de un tema a otro sin criterio aparente. Pero en esta ocasión, las vacaciones eran el hilo conductor. Contaba para sus adentros que estaba solo en la playa, tranquilo con su iPod Touch y su toalla de “palmeras góticas”. De pronto un grupo familiar de 15 miembros invadieron el territorio, sacaron todo tipo de sillas, mesas, sombrillas, neveras, palas y pelotas y se colocaron a escasos 50 centímetros de él. Dando gritos, unos se metían en el agua como si fuera la primera vez que veían el mar, tiraban colillas a los peces, ponían música a todo meter. Casimiro se vio pequeño y sin poder reaccionar. Hundido se marchó ese día al apartamento de su hijo.
Al final me descubrió el muy... Se giró y me dijo: Deberías dejarte de disfraces, el que escucha a los que hablan solos debería oír los ruidos de su interior. Se levantó y se quedó tan ancho. Y yo, compuesto y con... ¿ruidos?
¡Salud!
Yo iba sin mi perra esta vez, sólo llevaba un periódico y una bolsa blanca con atrezzo. Me acerqué al banco donde suele hacer su parada obligada antes de entrar en el estanco y me puse a escuchar. Contaba, en voz relativamente baja, que había pasado el verano en un pueblo del sur, con su hijo. Estaba cabreado porque le habían tomado el pelo en un restaurante. La Tasquilla o la Caquilla, no sé, no conseguí entenderlo muy bien. ¡18 euros por un maldito carpaccio de tomate! Parece que lo de carpaccio sonaba a irónico. Se quejaba de que en un plato de extraordinarias dimensiones habitaban unas finísimas lonchas que no corresponderían ni a un cuarto del tomate (supuestamente raff). ¡¡18 euros!! Se quejaba una y otra vez. El resto de la carta, al parecer, más de lo mismo.
Como de costumbre saltaba de un tema a otro sin criterio aparente. Pero en esta ocasión, las vacaciones eran el hilo conductor. Contaba para sus adentros que estaba solo en la playa, tranquilo con su iPod Touch y su toalla de “palmeras góticas”. De pronto un grupo familiar de 15 miembros invadieron el territorio, sacaron todo tipo de sillas, mesas, sombrillas, neveras, palas y pelotas y se colocaron a escasos 50 centímetros de él. Dando gritos, unos se metían en el agua como si fuera la primera vez que veían el mar, tiraban colillas a los peces, ponían música a todo meter. Casimiro se vio pequeño y sin poder reaccionar. Hundido se marchó ese día al apartamento de su hijo.
Al final me descubrió el muy... Se giró y me dijo: Deberías dejarte de disfraces, el que escucha a los que hablan solos debería oír los ruidos de su interior. Se levantó y se quedó tan ancho. Y yo, compuesto y con... ¿ruidos?
¡Salud!
Comentarios
Vamos!! que te dejó destemplao como se dice por mi tierra.
Saludos.
Eva
Gracias por reaparecer, Silvia.
salud!