
Yo iba sin mi perra esta vez, sólo llevaba un periódico y una bolsa blanca con atrezzo. Me acerqué al banco donde suele hacer su parada obligada antes de entrar en el estanco y me puse a escuchar. Contaba, en voz relativamente baja, que había pasado el verano en un pueblo del sur, con su hijo. Estaba cabreado porque le habían tomado el pelo en un restaurante. La Tasquilla o la Caquilla, no sé, no conseguí entenderlo muy bien. ¡18 euros por un maldito carpaccio de tomate! Parece que lo de carpaccio sonaba a irónico. Se quejaba de que en un plato de extraordinarias dimensiones habitaban unas finísimas lonchas que no corresponderían ni a un cuarto del tomate (supuestamente raff). ¡¡18 euros!! Se quejaba una y otra vez. El resto de la carta, al parecer, más de lo mismo.

Como de costumbre saltaba de un tema a otro sin criterio aparente. Pero en esta ocasión, las vacaciones eran el hilo conductor. Contaba para sus adentros que estaba solo en la playa, tranquilo con su iPod Touch y su toalla de “palmeras góticas”. De pronto un grupo familiar de 15 miembros invadieron el territorio, sacaron todo tipo de sillas, mesas, sombrillas, neveras, palas y pelotas y se colocaron a escasos 50 centímetros de él. Dando gritos, unos se metían en el agua como si fuera la primera vez que veían el mar, tiraban colillas a los peces, ponían música a todo meter. Casimiro se vio pequeño y sin poder reaccionar. Hundido se marchó ese día al apartamento de su hijo.
Al final me descubrió el muy... Se giró y me dijo: Deberías dejarte de disfraces, el que escucha a los que hablan solos debería oír los ruidos de su interior. Se levantó y se quedó tan ancho. Y yo, compuesto y con... ¿ruidos?
¡Salud!
Comentarios
Vamos!! que te dejó destemplao como se dice por mi tierra.
Saludos.
Eva
Gracias por reaparecer, Silvia.
salud!