Nunca me había durado tanto... Ni tan siquiera Google me servía de aliado, ni mucho menos IMDB, porque el bloqueo se transmitía de cerebro-punta de lengua a yemas. Y como consecuencia, el teclado quedaba mudo. Pero gracias a la intención de cambiar ambición por intención no resuelta, seguramente inconsciente, me encontré con el nombre de ella: Claudine Longet...
...Una cara que, de adolescente, daba a forma a la mujer perfecta. Soñaba que bailaba con ella al son de En cualquier fiesta (La Mode), pero con el trasfondo de El Guateque de Blake Edwards; mientras Peters Sellers se las veía con su zapato blanco.
El recuerdo me puso de vuelta y media hacia la puerta. Pero el dueño me dio un toque. Si se lleva el nombre y el recuerdo, a cambio, ya sabe, deberá dejar aquí su ambición. Dijo con la ceja levantada. Es que no sé qué ambición tengo, señor. Contesté con dudas. Vamos hombre, no me venga con gilipolleces... Me paré a pensar, sin abandonar el baile con Claudine, claro.
Y tras unos minutos le pedí una caja, deposité en ella mi ambición adolescente y la envolví con el papel para el que yo mismo me había contratado en mi propia película; esa que habla de aceptar la perfecta y necesaria imperfección a lo largo de una trama con sus nudos, muchos desenlaces, y planteamientos a granel. Eso sí, el final sólo se lo cuento a la imperfecta perfecta Claudine en nuestra mi fiesta.
Comentarios
A veces tengo la tentación de envolver mi secreta ambición y darle boleto, pero hasta hoy no he dado con el papel que la envuelva bien. Me falta intención, supongo.
Precioso post.
Creo que merece la pena no perder de vista a ese Peter Sellers que "mientras tanto se las veía con su zapato blanco" ¡qué personaje!me lo imagino repitiendo tus palabras "no sé cual es mi ambición, señor"
Eva