De chico le llamaban Elparapeto y con su mote y el apellido Tarugo, quedó marcado para siempre. Era mi amigo. Elparapeto Tarugo se hizo un camino que parecía imposible prolongar más allá de una infancia y una juventud llena de sardinetas*. Huérfano y rodeado de gañanes a los que no les importaba su vida exterior, ni mucho menos interior, una auténtica mierda. Afortunadamete, conoció a Jacinto Enreja, quien hizo de maestro Miyagi en los momentos más tenebrosos.
Hoy 'le he visto', de casualidad, en la llamada perdida a un tipo que estaba sentado a mi lado en el autobús. Miraba su teléfono (uno táctil con una gran pantalla indiscreta). Observaba el nombre de Elparapeto Tarugo, dudaba con la yema del dedo si darle un toque o no. Finalmente no lo hizo. Me ha dado tanta pena que se me ha escapado una lágrima. Después, incapaz -qué se yo por qué razón- de pedirle el teléfono, me he puesto a buscarle por todo internet.
Por un momento me he sentido como aquella madre que llamaba a gritos a sus hijos ("cuando se encendían las farolas") para que fueran a cenar... Un cántico inolvidable. Pues así estaba yo, pegando gritos en silencio por la red en busca de Tarugo. Pero nada...
Después de cenar lo he vuelto a intentar, sin éxito. Sólo me queda esperar a ver si vuelvo a encontrarme con ese tipo que no quiso dar un toque a mi amigo Tarugo por alguna razón que desconozco. Me da igual. Sólo quiero saber qué es de su vida y tener la oportunidad de darle un toque. Espero que esta historia continúe.
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*Latigazo que se da en culo ajeno con los dedos índice y corazón. Se puede hacer como bromita, pero también con mala hostia. A Tarugo le tocó estadísticamente la balanza hacia la mala hostia.
Comentarios
Qué bien escribes.
A mi se me ha hecho un nudo en la garganta con esta historia que al momento te traslada a un patio, un culo y una sardineta.Y el móvil que sigue sonando.
Blanco, ya sabes.
Anónimo/a, aunque te intuyo, tengo mis dudas. De todos modos, muchas gracias por tu generoso comentario. Entre una apreciada pluma y un estimado boli, o viceversa, hay un amplio inventario por inventariar lleno de palabras e ideas flotantes; interesantes unas, grandísimas otras, itinerantes algunas, pero ninguna leve. Todas susceptibles de hacerse con un verbo propio; como cuelquier nombre.