Le han detenido por allanamiento de mollera. Sí. Entró en una mente ajena sin pedir permiso, con una misión: interponerse entre la parte del cerebro que razona y la porción que -va de cráneo cuando- atiende a lo pensado y nunca verbalizado. Es un delito muy grave. El infractor, Ernesto Sufragio, y el receptor invadido, Rodrigo Tregua, no se conocen pero siempre se han intuido el uno al otro.
La misión, argumenta Ernesto en el interrogatorio, es mediar de buena voluntad entre los errores de la razón y todo aquello que no ha tenido la oportunidad de ponerse a su servicio. Rodrigo no ha puesto denuncia alguna; de hecho no es consciente de nada de lo que ha ocurrido. Mientras tiene lugar el interrogatorio, se está tomando algo en algún lugar de su mundo interior. Pero intuye algo, algo está pasando por ahí dentro... Termina ese algo que se está tomando y verbaliza: ¡Me está pesando mucho!
En el interrogatorio lo ven por una pantalla. Los interrogadores y Ernesto son testigos, a través de una pantalla de 32 pulgadas, de la verbalización. Ha hecho efecto, ¿no lo ven? Rodrigo empieza a llorar mientras sigue con ese algo entre sus manos. Se levanta, abre una puerta y se presenta en el interrogatorio. Lo imaginaba, exclama con lágrimas en los ojos, pero había perdido las llaves.
Todos juntos en la mesa se quedan en silencio. Olvidan la denuncia, olvidan ese algo que les llevó hasta ahí, pero intuyen que algo empieza a cambiar. Deciden sacar cada uno sus papeles y ponerlos sobre la mesa. Los intercambian, los leen, comparten impresiones y finalmente se dan cuenta. Se dan cuenta de que el verbo no lo dice todo, pero ayuda a salir de la pantalla; y entienden que fundamentalmente salen de aquel espacio sabiendo el papel que juegan en esta entrada.
Comentarios
Ahora, que si me pongo seria no puedo dejar de darle vueltas a la fragilidad del 'verbo de papel', tan literariamente sugerente que es como para robarlo, romperlo y ver qué sale.