Ir al contenido principal

EXTERIORIZADA AUTORIDAD INTERNA

"Desde que me metí en mi mismo, no he parado de rechazar una salida digna". Pero finalmente, Romano Sindía, salió de cuentas y parió un trozo personal con el que se sentía a gusto. Lo suficiente como para empezar a escuchar. Una porción con sabor a resquemor individual por aquello de sentir que la reprimenda no venía de una autoridad externa, sino de la suya propia.

Habían pasado 4 días y una hora desde que entró en coma interior. Cuatro días y una hora paseando por algo parecido a la cueva por la que el maestro Yoda obliga a pasar a Luke Skywalker en su transición hacia el olimpo de los Jedi. Pero en este caso no se encontró ante la peor versión de sí mismo con cara de Darth Vader, no. Lo que vio fue la única versión. Un espejo sin escapatoria y con las funciones de un viejo VHS le resumió en 4 días y una hora, y en imágenes sin sonido ni músicas, el sinsentido de su vida.

Y como Álex, tras pasar por semejante experimento, Romano volvió al exterior con nauseas, pero agarrado con todas sus fuerzas a esa porción (que no de pizza) de sí mismo. Seguramente, la única que podía llevarle a vivir su vida, con algo parecido al sentido común. Sin embargo, sus vecinos, amigos, desconocidos, cura, charcutera y parientes secundarios no dan un euro por él. Ellos son los que me cuentan la versión de los hechos. Todos habitan en el bloque 6º de la calle Cueva. Y concluyen en su email (firmado por la Comunidad/Autoridad externa): "Aquí, quien entra en sí mismo, no sale del bloque".

Comentarios

Entradas populares de este blog

El verbo y el tren coloquial

Estación de Atocha, Madrid. Enero 2016 Esperaba subirse a un verbo que le llevara lejos. Lejos del último adjetivo que le arrastró hasta el reverso del suelo que pisaba. La mente en blanco y un mapa por recomponer, una geografía por reubicar. La frase de su amiga fue letal. Cada letra iba cargada con verdades que ni él mismo había valorado. Las comas, las pausas, los silencios y lo malditos puntos suspensivos quemaban. Así esperaba ese vehículo redentor. Inquieto, teneroso, tembloroso, entusiasta del desaliento, sabedor de sus miserias, conocedor accidental de las verdades que le dan cuerpo a la mente... ...Y en su maleta tan sólo llevaba un verso contagioso que no escribió. Un texto que recibió por azar de un sueño a través de un diálogo que no sabe cómo empezó pero sí adónde le llevaba.  El murmullo del vagón susurraba desde el fondo del plano. Podía oler el reflejo de su escapada. Imaginaba una huída para empezar, no de cero, pero sí desde un quiebro de sí mismo. Enrai

Idas y venidas por una mala salida

 Viéndolas venir me dieron en toda la cara. Una a una, las idas y venidas de años anteriores (y una del que entra) fueron golpeándome repetidamente hasta que pronuncié la palabra requerida: "Perdón". Las idas reclamaban un sitio concreto al que llegar; las venidas, más dimensiones. La correspondiente a 2021 era ida y estaba algo más perdida. Lo más difícil para mí fue darme cuenta de que tenía la responsabilidad de ubicarlas. Lo supe por una mala salida de otra persona hacia mí. Ésta, la mala salida, me advirtió -poco antes de abofetearme por izquierda y derecha con la mano abierta- de que debía organizarlas. ¿Cómo? pregunté. Viéndolas venir, exclamó. Así que tras pedir disculpas y tomar la firme decisión de implicarme en la búsqueda de lugares y dimensiones, todo empieza. A ver...

En tela de juicio bajo tierra

Me echan monedas... ¡hasta billetes de 10 y 50€! Voy arreglado, sólo estoy algo mareado y sentado en el suelo del metro por no poder sostenerme en pie. Soy abogado , pero no puedo pararles y decirles que no necesito su dinero. No me sale la voz. Estoy preso  en este pasillo... Bloqueado, encerrado y cubierto por aquella tela de juicio que usaba mi padre para tejer el amor hacia mi madre, la gran fiscal en estado permanente (somos 15 hermanos). La superficie de mi maletín tumbado se ha deprimido por la gravedad del dinero... Y no para de hundirse. Yo, mientras tanto, sigo sin saber qué razón inmaterial me impide levantar la cabeza y erguirme como Dios siempre me indicó. Empiezo a detestar el sonido del dinero, la caridad... No puedo defenderme de este ataque absurdo. No sé si me miran mientras tiran su circulante. ¡Nos sabéis lo que llevo en el maletín, desgraciados, no lo sabéis! ¡Con estos papeles sabríais lo fácil que me resultaría hundir vuestros culos en la miseria. Por fin co