Te quiero tanto que te enviaría como archivo adjunto a mi nube. Se lo escuché decir por teléfono a una chica que compartía vagón de metro conmigo. Después colgó y echó la mirada hacia arriba; hacia donde los fluorescentes del metro se enredan/co-funden con la infraestructura de uno mismo, donde lo artificial intenta ganar espacios en lo personal... con naturalidad. Su cara era la de alguien que 'se ha metido en la lavadora'.
No mentía, estoy seguro... Y seguro que está dispuesta a comprimir sus sentimientos en una memoria externa y a guardarlos -sin actualizar- junto a su amado o amada. Pero me di cuenta de que su teléfono estaba apagado. De hecho, me atrevo a afirmar que no era un teléfono, sino una vieja calculadora científica de las de '1º de B.U.P'. La sonrisa no se le iba de la cara. Después sacó algo que ella hacía pasar por tableta táctil y empezó a trazar recuerdos de otros sobre la superficie.
El teléfono apagado, desconectado o fuera de cobertura en ese momento empezó a sonar. Un elemento inmaterial y sin conexión cobraba vida. Ella contesta a la llamada y vuelve a emitir palabras de amor... Tú eres mi único favorito, el único al que sigo, mi amigo, mi lector y seré para siempre tu follower. Cada vez que te encripte, estaré besando tu conciencia, para librarla de cargas. Me descargaré tu mirada cada vez que me sienta conectada... Y así una tras otra.
Y cuando llegamos a la última estación (yo ya había olvidado mi destino), entró un señor en el vagón con el ceño fruncido (parecía que de nacimiento), apretó el botón de parada de emergencia y todo se apagó. TODO: ella, el vagón, el sentido de esta historia, las luces, los sonidos, el tiempo y yo... Y ahora os lo estoy contando, gracias a que alguien está recuperando la memoria.
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