Se estaba muriendo, pero no quería moverse del Banco 54. Fue una mañana larga. Aquel señor, cuyo nombre no me quiso decir, me agarró del brazo y me pidió que le contara una historia. Me muero y has de ser tú quien me 'deje en paz'. Le pregunté por qué yo, qué tipo de historia, cuándo... cómo. Pero no me contestaba. Tan sólo narra, pero narra bien, porque si no, no me moriré tranquilo; y eso terminaría pesándote.
Nunca había estado tan cerca de una muerte anunciada. Se mostraba tan persuasivo -sin mencionar la fuerza que le quedaba en el brazo-, que no tuve escapatoria ni argumentos para construírmela. Está bien. Lo haré. Inmediatamente noté que aflojaba y se relajaba. Eso me animó. Me acordé de la historia de Martínez (mi viejo amigo asesinado por el Turco, que no termina de morir... por aquello de no aceptar su muerte), pero la descarté. Entonces empecé sencillamente a contar.
Él se convirtió en mi protagonista. Imaginé de dónde había salido y cómo había sido su vida, al mismo tiempo que tramitaba la verbalización. Modo imaginación y modo habla, perfectamente sincronizados ante la muerte. Vas bien, interrumpió sólo una vez. Se sentía a gusto viéndose en el papel que le estaba dando. Propuse que se llamaba Gervasio Nontropo y que había dedicado su vida a la música. No tuvo suerte con su familia; pero sí con el público. Un público que le adoraba y al que se debía. Se quedó solo conscientemente, perdió la vida el día que decidió dejar marchar a Sagrario Lekeitio, su mujer, una noche antes de cumplir las bodas de oro (aunque nunca se casaron); eligió muerte.
Invirtió en una tuneladora de viento para mejorar la acústica del subsuelo. Decía que el fragor humano de su ciudad sonaba sin aliento; que la gente hablaba sin escuchar sus tonos. Aseguraba que esa tuneladora cambiaría las cosas. Lo consiguió. De hecho cambio algo más importante... y decisivo. Sin pretenderlo cambió -por dentro- el verbo oír por escuchar... Entonces empezó a registrar pensamientos encerrados en túneles propios que no reconocía, pero que no había duda de que eran suyos. A medida que moría, revivía. A medida que agonizaba, recuperaba el aliento.
De pronto, hice una pausa, para renovar inventario narrativo. Gervasio había cerrado los ojos. Estaba muerto y sonrientemente relajado. Una ambulancia hizo el resto. Sin embargo, como me dijo alguien sobre otro tema que nada tiene que ver con esta entrada: "El muerto te lo llevas cuando cierres la puerta por fuera". Y así es... Han pasado 24 horas y sigo contándole/me la historia que empecé ayer y no sé hasta cuándo; sigo manejando la tuneladora de viento que me ha dejado en herencia ocasional. Veremos el camino que surca.
Comentarios
Y me coloco detrás de la tuneladora de viento para seguir escuchando y recogiendo algunos pedazos que van soltándose en su avance. Siempre atenta, grp.
Siempre agradecido,
Dani
Saliste indemne de ambos peliagudos temas.
Tu tuneladora de viento me conectó con el peine del viento. También llamado puerilmente secador de pelo.
Yo le echo la culpa al calor. Pero sólo porque hace calor.
Abrazo grande.
Abrazo grande y de los mutuos!
Escucharemos, con las orejas bien pegadas al suelo, los posibles ruidos de los pájaros interiores .... con atención, con mucha atención ....