Ir al contenido principal

SIN SOFLAMAS... UN BUEN POSTRE

Nos disponíamos a cenar cuando se nos acercó el camarero para comunicarnos que esa noche no no había soflamas en la carta. ¿Y eso? Le preguntamos mi chica y yo con sorpresa. Resulta que el cocinero está en huelga, sentenció.

-Joder, exclamé. Pues pónganos dos…
-Dos de qué, preguntó el camarero.
-Dos soflamas, insistí.
-¿Pero no le he dicho que no hay soflamas esta noche?
-Sí sí, perdone, era por si colaba. Dije en plan graciosillo.

A Braulio, el camarero, no le hizo ni puta gracia, claro.

Nos conformamos con unos caracoles al pasquín de primero y unas octavillas poco hechas de segundo. El vino: un viña motivo, añada de 2004. Y el postre, como es costumbre, llegaría al final. Sin soflamas comenzamos a cenar. Por supuesto pasamos de hablar de política, así que nos centramos en Rajoy, luego con la segunda copa de vino llegó Zapatero y al final de las octavillas recordamos a Gaspi. Entonces vino el turno del postre... Era la sorpresa que nos tenía preparado Braulio, supusimos en compensación por la huelga y como consecuencia la ausencia del plato deseado. Surgió sonriente desde el fondo del restaurante. Cuando llegó a la mesa y sin tapujos nos dijo: “Ésta ha sido mi elección”; destapó la bandeja y exclamó: “Profiteroles electorales, espero que hayan disfrutado de la jornada”.

“Toma, claro”, contestamos al unísono. Brindamos los tres con la última copa de vino por los ausentes y por los que están.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El verbo y el tren coloquial

Estación de Atocha, Madrid. Enero 2016 Esperaba subirse a un verbo que le llevara lejos. Lejos del último adjetivo que le arrastró hasta el reverso del suelo que pisaba. La mente en blanco y un mapa por recomponer, una geografía por reubicar. La frase de su amiga fue letal. Cada letra iba cargada con verdades que ni él mismo había valorado. Las comas, las pausas, los silencios y lo malditos puntos suspensivos quemaban. Así esperaba ese vehículo redentor. Inquieto, teneroso, tembloroso, entusiasta del desaliento, sabedor de sus miserias, conocedor accidental de las verdades que le dan cuerpo a la mente... ...Y en su maleta tan sólo llevaba un verso contagioso que no escribió. Un texto que recibió por azar de un sueño a través de un diálogo que no sabe cómo empezó pero sí adónde le llevaba.  El murmullo del vagón susurraba desde el fondo del plano. Podía oler el reflejo de su escapada. Imaginaba una huída para empezar, no de cero, pero sí desde un quiebro de sí mismo. Enrai

El Cerrojo

Abrí para pedir un café, pero una mirada (que vale 1.000 vocablos) me cerró la puerta. Esperé a que pestañeara, pero solo un párpado estaba por la labor de ceder. El otro protegía -con todo- el ojo avizor. Saqué una llave en son de paz. Dio un golpe en la mesa como respuesta. Intenté darle mi brazo al torcer. Sacó un as. Yo pinté bastos. “El cerrojo, aunque no lo creas lo llevas tú”, me dijo en tono conclusivo. Cuando miré mis manos para intentar descifrar sus palabras la camarera me sirvió un café. No entendí mucho lo sucedido, y menos cuando me giré hacia la puerta nadie miraba. Solo quedaba la mirilla, hidroalcohol y una propina. 

Idas y venidas por una mala salida

 Viéndolas venir me dieron en toda la cara. Una a una, las idas y venidas de años anteriores (y una del que entra) fueron golpeándome repetidamente hasta que pronuncié la palabra requerida: "Perdón". Las idas reclamaban un sitio concreto al que llegar; las venidas, más dimensiones. La correspondiente a 2021 era ida y estaba algo más perdida. Lo más difícil para mí fue darme cuenta de que tenía la responsabilidad de ubicarlas. Lo supe por una mala salida de otra persona hacia mí. Ésta, la mala salida, me advirtió -poco antes de abofetearme por izquierda y derecha con la mano abierta- de que debía organizarlas. ¿Cómo? pregunté. Viéndolas venir, exclamó. Así que tras pedir disculpas y tomar la firme decisión de implicarme en la búsqueda de lugares y dimensiones, todo empieza. A ver...