Nos disponíamos a cenar cuando se nos acercó el camarero para comunicarnos que esa noche no no había soflamas en la carta. ¿Y eso? Le preguntamos mi chica y yo con sorpresa. Resulta que el cocinero está en huelga, sentenció.
-Joder, exclamé. Pues pónganos dos…
-Dos de qué, preguntó el camarero.
-Dos soflamas, insistí.
-¿Pero no le he dicho que no hay soflamas esta noche?
-Sí sí, perdone, era por si colaba. Dije en plan graciosillo.
-Joder, exclamé. Pues pónganos dos…
-Dos de qué, preguntó el camarero.
-Dos soflamas, insistí.
-¿Pero no le he dicho que no hay soflamas esta noche?
-Sí sí, perdone, era por si colaba. Dije en plan graciosillo.
A Braulio, el camarero, no le hizo ni puta gracia, claro.
Nos conformamos con unos caracoles al pasquín de primero y unas octavillas poco hechas de segundo. El vino: un viña motivo, añada de 2004. Y el postre, como es costumbre, llegaría al final. Sin soflamas comenzamos a cenar. Por supuesto pasamos de hablar de política, así que nos centramos en Rajoy, luego con la segunda copa de vino llegó Zapatero y al final de las octavillas recordamos a Gaspi. Entonces vino el turno del postre... Era la sorpresa que nos tenía preparado Braulio, supusimos en compensación por la huelga y como consecuencia la ausencia del plato deseado. Surgió sonriente desde el fondo del restaurante. Cuando llegó a la mesa y sin tapujos nos dijo: “Ésta ha sido mi elección”; destapó la bandeja y exclamó: “Profiteroles electorales, espero que hayan disfrutado de la jornada”.
“Toma, claro”, contestamos al unísono. Brindamos los tres con la última copa de vino por los ausentes y por los que están.
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