Compro, anunció Pascual Diluvio. Y ahí comenzaron los problemas. El pobre ingenuo no había ni pensado en las consecuencias de sus palabras. Rodeado de vendedores sin nada que vender, inició su camino hacia el desastre. Compro, insistió.
Los vendedores sin nada que vender empezaron a rodearle, le olieron como a una presa de oro dulce, Diluvio sonreía pensando que compraría a placer como nunca, y finalmente se lanzaron sobre él. Lo despedazaron y cada uno se llevó la parte que más rendimiento pensaban le iban a sacar. Pero el resto de un cuerpo ya completamente abstracto -muchas pequeñas partes de algo que minutos antes fueron un todo comprador- se mezcló con el barro. Aquella mañana llovía tanto...
Golem, campanas de Golem, los barrizales claman, que buena nos traéis... Así cantaban dos días después, en el lugar de los hechos, dos borrachines judíos. De pronto, del barro surgió un transformado Diluvio. Lo hizo al ritmo de la sonata etílica hasta medir 2 metros y pesar 90 kilos. Se sacudió los hombros y trató de contemplar su resurgir. ¿Soy un Fénix? Preguntó sin expresión en la cara. ¡¡Golem, Golem!! Gritaba uno de los borrachines mientras se frotaba los ojos con las manos sucias.
Era una masa compacta de barro, pero recordaba todo; y en lugar de ir a vengarse de los vendedores, decidió seguir con su empeño de comprar. Y como no tenía con qué decidió vender un poco de sí mismo. Después un poco más. No le daban mucho, así que vendió un poco más. Un brazo por aquí, un pie por allá... Y así hasta que no quedó nada. Cuatro años después, ha resurgido, pero no de un charco, sino en un mercadillo de carretera y por azar. Sus compradores por partes vendieron sus piezas, y todas terminaron en un puesto llamado Venta del Golem.
Los vendedores sin nada que vender empezaron a rodearle, le olieron como a una presa de oro dulce, Diluvio sonreía pensando que compraría a placer como nunca, y finalmente se lanzaron sobre él. Lo despedazaron y cada uno se llevó la parte que más rendimiento pensaban le iban a sacar. Pero el resto de un cuerpo ya completamente abstracto -muchas pequeñas partes de algo que minutos antes fueron un todo comprador- se mezcló con el barro. Aquella mañana llovía tanto...
Golem, campanas de Golem, los barrizales claman, que buena nos traéis... Así cantaban dos días después, en el lugar de los hechos, dos borrachines judíos. De pronto, del barro surgió un transformado Diluvio. Lo hizo al ritmo de la sonata etílica hasta medir 2 metros y pesar 90 kilos. Se sacudió los hombros y trató de contemplar su resurgir. ¿Soy un Fénix? Preguntó sin expresión en la cara. ¡¡Golem, Golem!! Gritaba uno de los borrachines mientras se frotaba los ojos con las manos sucias.
Era una masa compacta de barro, pero recordaba todo; y en lugar de ir a vengarse de los vendedores, decidió seguir con su empeño de comprar. Y como no tenía con qué decidió vender un poco de sí mismo. Después un poco más. No le daban mucho, así que vendió un poco más. Un brazo por aquí, un pie por allá... Y así hasta que no quedó nada. Cuatro años después, ha resurgido, pero no de un charco, sino en un mercadillo de carretera y por azar. Sus compradores por partes vendieron sus piezas, y todas terminaron en un puesto llamado Venta del Golem.
Comentarios
Qué bueno, bonito y …literario. ¿Me lo vendes?