Le dio un puñetazo con tanta fuerza e intención que la muela de oro y del juicio final salió despedida y se incrustó en la pared. Sestao sabía que era el único oro que encontrarían en aquella mina, porque ahí no quedaba nada. El problema es que la muela de Gutiérrez no era de oro, pero se enteraron al desincrustarla del muro. El dentista había timado a Gutiérrez en su día, con un cambiazo silencioso. Así que él y Sestao se quedaron vacíos, y un fuerte impacto en la mejilla.
Bajar a la vieja mina Removida no había sido una decisión fácil. Hacía años que no volvían desde el accidente. Pero la desesperación por encontrar algo de valor ahí abajo les empujó. Y ahora estaban encerrados, enterrados... La única salida se había tapiado por un montón de escombros tras el puñetazo. Sin radio, sin recursos y sin esperanza (no habían avisado a nadie de que iban a bajar a la mina), pero con 30 minutos de luz de gas por delante (la que le quedaba al farolillo), empezaron a jugar al mentiroso con dados.
Cuando estaban a punto de dormir horas después, escucharon unos pasos. Abrieron los ojos como platos y pegaron un bote de alegría. En un segundo había vuelto la angustia por sobrevivir a la crisis, la necesidad de encontrar algo para vender y los malos rollos internos de cada uno. De pronto se abrió una puerta y apareció el dentista que timó a Gutiérrez en su día. Sonreía con brillos propios de una dentadura color blanco nuclear y llevaba una camiseta con un mensaje estampado que negaba la existencia del Ratoncito Pérez. Y con todo el cinismo del mundo el doctor Curado dijo: Bienvenidos a mi nueva consulta. Vuestra nueva consulta.
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