Me acabo de encontrar un móvil en el baño. Manolo se lo ha dejado, con el chat abierto, sobre la cisterna del váter. No he podido evitar la tentación y me he puesto a leer la conversación entera que Manolo acaba de mantener con Cristina. Pronto entiendo por qué se lo ha dejado. Lo raro es que no lo haya arrojado al agua (mezclada con restos de sí mismo).
Sé que se llama Manolo porque figura en color azul como anfitrión de este diálogo virtual. Lo siento. Ese es el punto y final. El que pone Cristina a la relación. Pero empiezo a tirar del hilo... hacia arriba, y me encuentro con unos cuernos confesados a través de un muro de palabras; un intercambio de insultos cargados de acumulación de cosas sentidas y nunca dichas; un par de risas que casi consiguen apaciguar los ánimos...
Sigo subiendo. Preguntas sin respuesta, respuestas a preguntas capciosas; espacios vacíos; puntos suspensivos que aprueban sin remedio la situación; resignación; desesperación... Y todo empieza por un cotidiano e inocente: ¿Cómo va el día?
No sé quién es Manolo, pero en este circunstancial bar de carretera llamado -cínica u oportunamente- La Parada Obligada, no veo a nadie cabizbajo. Además todos miran sus móviles, nadie mira a nadie. Los camareros sólo miran la hora. Decido pedirme un café y me dice la camarera: ¡Qué mala cara tienes, Manolo! ¿Dónde toca hoy, Francia? Qué va a ser... Y en ese momento me echo a temblar pensando en qué va a ser de mí.
Sé que se llama Manolo porque figura en color azul como anfitrión de este diálogo virtual. Lo siento. Ese es el punto y final. El que pone Cristina a la relación. Pero empiezo a tirar del hilo... hacia arriba, y me encuentro con unos cuernos confesados a través de un muro de palabras; un intercambio de insultos cargados de acumulación de cosas sentidas y nunca dichas; un par de risas que casi consiguen apaciguar los ánimos...
Sigo subiendo. Preguntas sin respuesta, respuestas a preguntas capciosas; espacios vacíos; puntos suspensivos que aprueban sin remedio la situación; resignación; desesperación... Y todo empieza por un cotidiano e inocente: ¿Cómo va el día?
No sé quién es Manolo, pero en este circunstancial bar de carretera llamado -cínica u oportunamente- La Parada Obligada, no veo a nadie cabizbajo. Además todos miran sus móviles, nadie mira a nadie. Los camareros sólo miran la hora. Decido pedirme un café y me dice la camarera: ¡Qué mala cara tienes, Manolo! ¿Dónde toca hoy, Francia? Qué va a ser... Y en ese momento me echo a temblar pensando en qué va a ser de mí.
Comentarios
Genial el giro del final jeje y lo de la mala cara por ir a Francia.