El lunes vi a un hombre muerto en la calle. No es ficción, es real. En la acera, a unos metros de mi portal. Eran las 7 de la mañana, me dio por salir a correr, porque en el fondo trato de mantener la forma. Tracé mi recorrido habitual, un círculo corto que rodea mi barrio. A mitad de camino veo de lejos a dos tipos y otro en el suelo. Un mendigo se niega a levantarse del suelo y ellos intentan convencerle, pensé.
Pero a medida que avanzaba hacia ellos, iba aclarando la vista. A esas horas, en ayunas y con musiquilla comiéndome la oreja a través de los cascos, digamos que se hace difícil disipar la neblina propia de los ojos. Pero voy a tardar años en quitarme su cara de la cabeza. Estaba muerto. Azul. Con gesto de dolor, los ojos abiertamente cerrados y una mano anclada en el bolsillo que tapa el corazón. No era un mendigo expropiado debidamente de sí mismo. Iba bien vestido, tendría unos seseta y muchos o setenta y pocos; por ahí andaba...
Cuando llegúe a su altura, no dudé, seguí corriendo. Empecé a ahogarme, a llorar, a cagarme en la puta, a pensar sin pensar, a acelerar la carrera, a parar el reloj, a enemistarme con la calle, a apretarme los machos, a entrar en mi vida, a apostatar de gilipolleces, a recorrer los márgenes de la estupidez para palpar su forma y no confundirla con otra cosa, a repasar la Guerra de las Galaxias... Sencillamente, no paré. De fondo, mi apuntador multimedia me susurra: Sueño de amor (Fran Liszt).
Alguien le debió de cerrar los ojos. Sin embargo, su mirada me va a acompañar un tiempo.
Pero a medida que avanzaba hacia ellos, iba aclarando la vista. A esas horas, en ayunas y con musiquilla comiéndome la oreja a través de los cascos, digamos que se hace difícil disipar la neblina propia de los ojos. Pero voy a tardar años en quitarme su cara de la cabeza. Estaba muerto. Azul. Con gesto de dolor, los ojos abiertamente cerrados y una mano anclada en el bolsillo que tapa el corazón. No era un mendigo expropiado debidamente de sí mismo. Iba bien vestido, tendría unos seseta y muchos o setenta y pocos; por ahí andaba...
Cuando llegúe a su altura, no dudé, seguí corriendo. Empecé a ahogarme, a llorar, a cagarme en la puta, a pensar sin pensar, a acelerar la carrera, a parar el reloj, a enemistarme con la calle, a apretarme los machos, a entrar en mi vida, a apostatar de gilipolleces, a recorrer los márgenes de la estupidez para palpar su forma y no confundirla con otra cosa, a repasar la Guerra de las Galaxias... Sencillamente, no paré. De fondo, mi apuntador multimedia me susurra: Sueño de amor (Fran Liszt).
Alguien le debió de cerrar los ojos. Sin embargo, su mirada me va a acompañar un tiempo.
Comentarios
Ah, y el 'apostatar de gilipolleces'...ya sabes adonde va,no?.
Por cierto "Sueño de amor" es preciosa ....