Ayer se me cayó un tuit al suelo y una señora de Facebook me lo mangó. Traté de que me lo devolviera por todos los medios dialécticos posibles, pero fue... Imposible. La señora, con unas zapatillas de carrera de fondo, echó a correr con mi tuit encerrado en su puño. La frase no llegaba ni a los 140 caracteres; la había dejado en 110, por el simple hecho de confundir la (nueva limitación de) velocidad con el tocino. Hacía referencia a la estupidez, esa fiel acompañante ocasional de todos y adornada (negada y camuflada) por muchos con parafernalia de autoimportancia. No sé que interés podría suscitar en la señora de Facebook mi autocrítico comentario, pero lo protegía con saña y huía de mí, que se las pelaba. La seguí, aún me quedaba fondo; y como la estupidez, me camuflé entre la gente. Ella frenó en seco. Me buscó. Cuando se sintió confiada abrió la mano...
...Sacó el tuit y lo metió en un monedero ad hoc para frases cortas de Twitter. Lo trató con cariño, después lo agitó como a un cóctel y volvió a sacarlo. Los caracteres habían perdido carácter y hablaban de ellos mismos. Después me lo devolvió. Sabía que estaba ahí. Se despidió con un sincero "A veces lo estúpido es perseguir a una señora que corre más que tú con sobrepeso de 110 letras robadas", y antes de desaparecer, añadió finalmente: "Tuit, yo soy tu madre, ven conmigo al lado opuesto de Facebook". Aún trato de digerirlo, hace mucho que abandoné la fuerza.
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Coge fuerza y vuelve, anda.