Cuando regresas 'tostado' por la Gran Vía - a esa hora en la que están a punto de coincidir los compradores de la primera barra de pan recién hecho, con los conservadores de la noche - te sobreviene un intenso deseo de tropezar por última vez. Es lo que le ocurrió a Raúl Martín. Había tocado el fango a dos manos y se había recreado demasiado, rebozándose en sus texturas esenciales. Aquel escaparate 'de los peluches' le devolvió la mirada ciega, que
durante tantos años le llevó a creer que él era dos personas unidas por un rencor.

Con cada paso que daba, al ritmo del inevitable amanecer, ganaba en resaca pero también en el deseo de salir de pozo. Una puta (La Fanny) le reconoció y mientras le agarraba del complejo escrotal con una mano y le desvalijaba con la otra, le invitó a unirse a la fiesta 'del Anselmo'. Raúl Martín deseó que el asfalto centenario de la Gran Vía (durante años oscuros travestida en Avenida de José Antonio) le tragara y le hiciera desaparecer de escena. No le quedaba dignidad ni fuerza para responder al ataque. La Fanny lo sabía, tanto como un perro cuando le llega el aroma del miedo.
Aún tardaría un rato, antes de rendirse en su particular y cultivada cama de pinchos. Una paliza a manos de unos 'raterillos', un vómito y tres nauseas después, Raúl llegó a su portal. Allí le estaba esperando Martín. Estoy jodido. Lo sé, ya te veo. Tienes que irte. ¿Y por qué no te vas tú? ¿Tú sabes quién de los dos somos yo? No, pero no tengo claro que sea yo quien debe marcharse. Pareces Gollum. Y tú el Golem, pero sólo por el barro que llevas encima. Esa fue la última noche que pasaron juntos. Raúl Martín lleva una semana en coma, pero las constantes vitales indican que va por buen camino...
En cuanto tenga noticias, os las contaré.
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