Recuerdo la primera vez que escuché la frase: piensa globalmente, actúa localmente. Fue en una clase de Filosofía del instituto. Aquella profesora a muchos nos cambió la vida. No por ser la autora de dichas palabras –que obviamente no lo es- sino por sembrar con maestría en nosotros las píldoras del pensamiento que hoy parece, comienzan a florecer (o eso creo). En otras palabras: nos enseñó a pensar. Con un mérito formidable, porque a pesar de saber que muchos de los alumnos no son conscientes de lo que están incorporando internamente en sus clases (hablo en presente porque sigue al pie del cañón), ella confía en que un día se servirán de lo aprendido. El tiempo le da la razón.
La vida es un proceso, el esfuerzo por crecer y conquistar la autonomía también. Unos lo hacen por pura inercia, sin detenerse a repasar y analizar los pasos que dan, ni el porqué de las caídas que sufren de vez en cuando; simplemente tiran para adelante y llegan. O no... Otros, sin embargo, necesitan equivocarse mucho, remojarse en fango, salir de él, volver a hundirse, pensar y reflexionar una y otra vez; y sin tener garantías de llegar a buen puerto, pero siguen trabajando.
De pronto, un día los segundos descubren que sus acciones, sus movimientos, las consecuencias de sus quehaceres sí han tenido un sentido y sirven para algo. Es más, toman conciencia de que -mitad conscientes mitad inconscientes- han participado de un pequeño (pero intenso y prometedor) cambio global... desde su localizado espacio. Seguramente lo llevan haciendo mucho tiempo, pero es gracias a un estímulo externo, a una frase o reconocimiento de un tercero cuando llega la propia convicción. Y por tanto arranca el inicio del otro trabajo: asumir la responsabilidad de saberse responsable de algo importante junto al resto de compañeros que han llegado al mismo barco.
La vida es un proceso, el esfuerzo por crecer y conquistar la autonomía también. Unos lo hacen por pura inercia, sin detenerse a repasar y analizar los pasos que dan, ni el porqué de las caídas que sufren de vez en cuando; simplemente tiran para adelante y llegan. O no... Otros, sin embargo, necesitan equivocarse mucho, remojarse en fango, salir de él, volver a hundirse, pensar y reflexionar una y otra vez; y sin tener garantías de llegar a buen puerto, pero siguen trabajando.
De pronto, un día los segundos descubren que sus acciones, sus movimientos, las consecuencias de sus quehaceres sí han tenido un sentido y sirven para algo. Es más, toman conciencia de que -mitad conscientes mitad inconscientes- han participado de un pequeño (pero intenso y prometedor) cambio global... desde su localizado espacio. Seguramente lo llevan haciendo mucho tiempo, pero es gracias a un estímulo externo, a una frase o reconocimiento de un tercero cuando llega la propia convicción. Y por tanto arranca el inicio del otro trabajo: asumir la responsabilidad de saberse responsable de algo importante junto al resto de compañeros que han llegado al mismo barco.
Y no sé si todos, pero sé que al menos dos han sido guiados (sabiendo escoger la pista) por el radio de un círculo sin cable que conquista el aire.
P.D: Gracias Fernando.
Comentarios
"Ladefilosofía"
No importa tanto descifrar el enigma como leerlas y paladearlas.
Hasta pronto. Eva