
Bajar a la vieja mina Removida no había sido una decisión fácil. Hacía años que no volvían desde el accidente. Pero la desesperación por encontrar algo de valor ahí abajo les empujó. Y ahora estaban encerrados, enterrados... La única salida se había tapiado por un montón de escombros tras el puñetazo. Sin radio, sin recursos y sin esperanza (no habían avisado a nadie de que iban a bajar a la mina), pero con 30 minutos de luz de gas por delante (la que le quedaba al farolillo), empezaron a jugar al mentiroso con dados.
Cuando estaban a punto de dormir horas después, escucharon unos pasos. Abrieron los ojos como platos y pegaron un bote de alegría. En un segundo había vuelto la angustia por sobrevivir a la crisis, la necesidad de encontrar algo para vender y los malos rollos internos de cada uno. De pronto se abrió una puerta y apareció el dentista que timó a Gutiérrez en su día. Sonreía con brillos propios de una dentadura color blanco nuclear y llevaba una camiseta con un mensaje estampado que negaba la existencia del Ratoncito Pérez. Y con todo el cinismo del mundo el doctor Curado dijo: Bienvenidos a mi nueva consulta. Vuestra nueva consulta.
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