
Pedro, sin embargo, no era un tipo al que le gustaban las comodidades demasiado cómodas. A Recareda, su mujer, tampoco, así que se vinieron a España como tantos amigos y familiares. Querían empezar de cero y sin conjeturas. Ella escribió un telegrama en verso que les estaría esperando en Correos. Decía algo muy bonito y cómplice que Pedro recibiría como regalo por ser valiente. Pero el telegrama se perdió en las tinieblas de la burocracia soterrada y Pedro decidió buscar...
Empezó a hacerlo trabajando en una imprenta, después husmeando entre los restos de Correos y cuando no le quedó otra decidió asomarse a los pasillos de los contenedores de papel. El reciclaje, sabe, alberga esperanza en hoja. Cavó sus propios pasillos hasta llegar a un lugar donde poder encontrar y ahí nos localizamos, en el post de ayer. Todavía no ha encontrado las palabras perdidas de Recareda, pero está en el buen camino. Lo sabe. Y yo voy a Ayudarle. Stop.
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