Ayer me acerqué al contenedor de papel y cartón que está a la vuelta de la esquina (ese gran sitio universal). Llevaba al menos 30 kilos de papel entre los que se encontraban: noticias que aunque lo siguen siendo ya no parecen serlo; historias encerradas en novelas que nunca he leído por falta (no lo voy a negar) de interés; facturas y otros números; portadas hechas para el reciclaje; palabras vacías; panfletos publicitarios sin éxito comercial; menús desesperados; cartas equivocadas de portal no devueltas por pereza; viejos apuntes escritos a mano; deseos cumplidos y por cumplir; hojas secas; o dibujos trazados al ritmo de una llamada telefónica...
Y cuál fue mi sorpresa cuando al iniciar la descarga empiezo a oír voces. Pero no venían de las cañerías de mi cabeza. Procedían del interior del contenedor. Puse la oreja para afinar el oído y una mano me tiró de ella. Con acento rumano, un tipo me dijo que si tenía alguna revista de moda. Alguna, le dije, pero le advertí que si no me soltaba el lóbulo derecho, se quedaría sin ella. Me soltó y se la di. Tengo más cosas le avisé. Tíralas, me respondió. Vi como una luz se encendía en el interior y no pude evitarlo, la curiosidad me llevó a asomarme a ver el interior.
Cuando me quise dar cuenta me había metido con él. Pedro, se llamaba el tipo. Bajé unas escaleras y entré a un pequeño despacho que Pedro había improvisado. Ahí había pilares y pilares de revistas, libros, cartas... de todo. Me pidió que le echara un cable para encontrar un telegrama que su mujer le había enviado desde Bucarest. Así lo hice... Pero pasadas dos horas, no encontramos nada.
Esta mañana he vuelto a ver cómo estaba la cosa, pero el depósito estaba vacío. Me asomé. Sólo había restos de confeti y alguna letra suelta. La escalera había desaparecido. Me imagino que la luz, Pedro y el despacho improvisado volverán a medida que vaya llenándose el depósito de papel. Seguro que entonces aparece el telegrama.
Y cuál fue mi sorpresa cuando al iniciar la descarga empiezo a oír voces. Pero no venían de las cañerías de mi cabeza. Procedían del interior del contenedor. Puse la oreja para afinar el oído y una mano me tiró de ella. Con acento rumano, un tipo me dijo que si tenía alguna revista de moda. Alguna, le dije, pero le advertí que si no me soltaba el lóbulo derecho, se quedaría sin ella. Me soltó y se la di. Tengo más cosas le avisé. Tíralas, me respondió. Vi como una luz se encendía en el interior y no pude evitarlo, la curiosidad me llevó a asomarme a ver el interior.
Cuando me quise dar cuenta me había metido con él. Pedro, se llamaba el tipo. Bajé unas escaleras y entré a un pequeño despacho que Pedro había improvisado. Ahí había pilares y pilares de revistas, libros, cartas... de todo. Me pidió que le echara un cable para encontrar un telegrama que su mujer le había enviado desde Bucarest. Así lo hice... Pero pasadas dos horas, no encontramos nada.
Esta mañana he vuelto a ver cómo estaba la cosa, pero el depósito estaba vacío. Me asomé. Sólo había restos de confeti y alguna letra suelta. La escalera había desaparecido. Me imagino que la luz, Pedro y el despacho improvisado volverán a medida que vaya llenándose el depósito de papel. Seguro que entonces aparece el telegrama.
Comentarios
Lo del rumano (de Bucarest) francamente... también.