Ir al contenido principal

A MÁS DE 700 REVOLUCIONES

Si mañana no me levanto, méteme rápidamente en la lavadora y dale a centrifugar. No es coña. Al día siguiente no se levantó y Alonso Arista terminó a más de 700 revoluciones por minuto. No dejó totalitarismo con cabeza ni títetere sin piernas. Quien ejecutó la orden se llama Brunete Colón y está tan programado para obedecer, como desarrollado para responder ante cualquier titubeo de Alonso.

Ambos nacen de la idea de un tercero, Gadel Cuadrado, quien al no disponer de capacidad de aclararse por sí mismo, se vio obligado a aprender a cubrir sus carencias con centrifugados cortos, programas largos especiales para manchas de especial calado y frenazos en seco. Aunque ahora él ha vendido su patente y se encuentra disfrutando de otro invento... Pero no puede evitar sentir morriña cada vez que comprueba en las noticias las consecuencias de su programación: miles de revoluciones por minuto.

Alonso y Brunete son actualmente el equilibrio del mundo. Aunque tengan que desequilibrarlo primero. Pero algo en su sistema va a fallar dentro de un tiempo... Aunque no sé si se puede llamar fallo. En algún momento, está programado, preguntarán por su origen; el mismo al que Gadel renunció por contratro... comprometiéndose a no aclarar nada. Veremos entonces qué pasa cuando la lavadora de sus 'hijos' empieze a dar vueltas sin rumbo.

Comentarios

grp ha dicho que…
gracias por esta grandísima metáfora que no aclara (a los que somos de aclarado difícil y siempre llevamos a cuestas algún resto que no se quita ni patrás) pero que te hace dar(le) vueltas por agitación. En mi caso además con sonrisa.

(cuando además juntas lavadoras de hijos lo que te queda es un programa largo...de dudas, creo yo).
Dani Seseña ha dicho que…
Gracias Grp... Creo que ahora investigan cómo sacarle partido a lavar la ropa sucia de otro mientras limpian los platos rotos propios... Quieren fusionar conceptos, lavadora con friegaconciencias.

Entradas populares de este blog

El verbo y el tren coloquial

Estación de Atocha, Madrid. Enero 2016 Esperaba subirse a un verbo que le llevara lejos. Lejos del último adjetivo que le arrastró hasta el reverso del suelo que pisaba. La mente en blanco y un mapa por recomponer, una geografía por reubicar. La frase de su amiga fue letal. Cada letra iba cargada con verdades que ni él mismo había valorado. Las comas, las pausas, los silencios y lo malditos puntos suspensivos quemaban. Así esperaba ese vehículo redentor. Inquieto, teneroso, tembloroso, entusiasta del desaliento, sabedor de sus miserias, conocedor accidental de las verdades que le dan cuerpo a la mente... ...Y en su maleta tan sólo llevaba un verso contagioso que no escribió. Un texto que recibió por azar de un sueño a través de un diálogo que no sabe cómo empezó pero sí adónde le llevaba.  El murmullo del vagón susurraba desde el fondo del plano. Podía oler el reflejo de su escapada. Imaginaba una huída para empezar, no de cero, pero sí desde un quiebro de sí mismo. Enrai

El Cerrojo

Abrí para pedir un café, pero una mirada (que vale 1.000 vocablos) me cerró la puerta. Esperé a que pestañeara, pero solo un párpado estaba por la labor de ceder. El otro protegía -con todo- el ojo avizor. Saqué una llave en son de paz. Dio un golpe en la mesa como respuesta. Intenté darle mi brazo al torcer. Sacó un as. Yo pinté bastos. “El cerrojo, aunque no lo creas lo llevas tú”, me dijo en tono conclusivo. Cuando miré mis manos para intentar descifrar sus palabras la camarera me sirvió un café. No entendí mucho lo sucedido, y menos cuando me giré hacia la puerta nadie miraba. Solo quedaba la mirilla, hidroalcohol y una propina. 

Idas y venidas por una mala salida

 Viéndolas venir me dieron en toda la cara. Una a una, las idas y venidas de años anteriores (y una del que entra) fueron golpeándome repetidamente hasta que pronuncié la palabra requerida: "Perdón". Las idas reclamaban un sitio concreto al que llegar; las venidas, más dimensiones. La correspondiente a 2021 era ida y estaba algo más perdida. Lo más difícil para mí fue darme cuenta de que tenía la responsabilidad de ubicarlas. Lo supe por una mala salida de otra persona hacia mí. Ésta, la mala salida, me advirtió -poco antes de abofetearme por izquierda y derecha con la mano abierta- de que debía organizarlas. ¿Cómo? pregunté. Viéndolas venir, exclamó. Así que tras pedir disculpas y tomar la firme decisión de implicarme en la búsqueda de lugares y dimensiones, todo empieza. A ver...