En eso estoy desde que lo vi ayer... En el hueco. Hasta entonces yo pensaba que sólo un terapueta tenía la capacidad de ahondar en los vacíos y resquicios ajenos. Pero he entendido que no. Que subimos y bajamos en un ascensor cada día; donde nos cruzamos con gente (compañeros, conocidos, listos en la sombra de los listillos, caraduras, gente maja, personas...). En mitad, a un lado o al otro estamos cada uno con nuestros huecos.
Y en un lugar por ahí, hay otros -que podríamos ser cualquiera- trabajando en esos vacíos, sólo detectados cuando se hacen explícitos, por ejemplo con una controversia propia; porque los huecos no tienen por qué estar vacíos, pueden contener restos... Una avería que avisa de que no queda más narices que colgar el cartel de no hay más remedio que reparar...
Está claro que revisar y reparar son dos verbos estrechamente ligados, pero ¿no convendría abrir un hueco entre ambos para alargar la distancia?
Comentarios
Hay que tener hueco para no ser demasiado compactos y evitar así el exceso de dolor tras un choque. Tener hueco para que las cosas fluyan y se muevan. Además de que el contorno de un hueco dice mucho de lo que hubo, hay y habrá.
Y cómo no, hay que dejar hueco para que quepa la duda.
Pero si de ascensores se trata os contaré una historia que me contaron en una ocasión: los ascensores que suben y bajan vacíos, y abren sus puertas sin nadie dentro, los estan utilizando almas que suben y bajan del purgatorio. Si veis alguno que se abre, apartaros y ser amables porque nunca se sabe que alma puede cruzarse en tu camino.
Sigo trabajando en el hueco.