Al caer de la burra se levantó en armas y a continuación decidió dar un golpe de estado en su propio domicilio. Sus compañeros de piso se lo pasaban todo -cito literalmete según me lo cuenta Norito Lutero- por el forro de los cojones; y él hasta los huevos -vuelvo a citar literalmente por expreso deseo del narrador en off- quiso tomar cartas en el asunto después de sufrir una crisis nasal por el olor a vacío y restos de más.
Cuando consiguió echarlos a todos y quedarse solo en aquel piso, empezó a pensar. Continuó con la limpieza, raspando a base de oxígeno activo; limando asperezas incrustadas en distintas superficies; frenando en seco y humedeciendo resquemores agrietados. Y en medio del proceso se echó al suelo para mover brazos y las piernas en círculos como si se hubiera tumbado sobre la nieve.
Habían pasado 2 años en aquella situación. Viviendo dentro de una nube ajena y no menos tóxica que hasta ayer no fue capaz de ventilar. Norito no sabe exactamente cuándo empezó el proceso de reconquista, pero desde luego no fue de pronto, llevado por una enajenación temporal. Sí recuerda los primeros síntomas de abandono... Lo curioso es que no los visualiza a través de sus compañeros de piso, sino que es él quien los protagoniza; es él el que se ve a sí mismo tirado en el mundo sin postura definida...
Vuelvo a citar literalmente para terminar: ¡Manda cojones! Un año después, me cuenta que la desidia volvió, pero sólo estaba él en el piso. Afortunadamente, había raspado tanto las paredes durante la crisis con sus ex compañeros, había frotado tanto los suelos, que logró entender la jugada. Por lo tanto supo tomar medidas y pararlo a tiempo antes de recurrir de nuevo a las armas. Habría sido un suidicio... Y él no estaba para disparos en contra, sino para reconstrucciones propias. Hoy, aunque asumiendo que convivirá para siempre con un dejado perenne, está relajado. Porque ha encontrado los productos adecuados para entenderse con él.
Comentarios
Siempre se aprende algo de uno mismo viendo limpiar a los demás. Y yo ‘freno en seco’ en esa ‘nube ajena y no menos tóxica’, por qué no decirlo.
Y de fondo el hueco, aunque pequeño, del inquilino perenne.