Guillermo estaba haciéndose un Sudoku cuando aquel policía le paró en medio del atasco. ¡Tú fuiste quien engañó a mi mujer! Le gritaba mientras aporreaba la ventana. ¡Vamos, baja del coche, que te voy a meter un paquete que te vas a enterar! Guillermo, sin embargo, estaba tan metido en el Sudoku que le pidió por favor,que esperara un segundo porque le faltaba el último número.
Aquella actitud terminó de encender a Óscar David, que explotó y sin ningún pudor abrió la puerta del coche para terminar de montar el número. Éste, éste era el que me faltaba. Celebró Guillermo. Entonces rellenó el hueco que le faltaba con el número de Óscar David, y éste desapareció junto al vacío. El atasco empezó a pasar y la circulación volvió a la normalidad. De nuevo todo fluía y Guillermo recuperaba la sonrisa.
Al llegar a casa, Guillermo dejó la placa, la pistola y el resto del uniforme sobre el sudoku inacabado de Cecilia, su mujer. Había muchos huecos, más que números. Guillermo se preparó un bocata de mantequilla y viento, esperó, siguió esperando. Cecilia no volvió aquella noche; tampoco la siguiente. Dos años, tres días, dos minutos y 2.000 sudokus después, Guillermo entendió el angaño.
Aquella actitud terminó de encender a Óscar David, que explotó y sin ningún pudor abrió la puerta del coche para terminar de montar el número. Éste, éste era el que me faltaba. Celebró Guillermo. Entonces rellenó el hueco que le faltaba con el número de Óscar David, y éste desapareció junto al vacío. El atasco empezó a pasar y la circulación volvió a la normalidad. De nuevo todo fluía y Guillermo recuperaba la sonrisa.
Al llegar a casa, Guillermo dejó la placa, la pistola y el resto del uniforme sobre el sudoku inacabado de Cecilia, su mujer. Había muchos huecos, más que números. Guillermo se preparó un bocata de mantequilla y viento, esperó, siguió esperando. Cecilia no volvió aquella noche; tampoco la siguiente. Dos años, tres días, dos minutos y 2.000 sudokus después, Guillermo entendió el angaño.
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