Sin tener ni idea de patinar, sin saber hacer el canuto con una A, sin conocer el misterio de los replicantes, sin hallar indicios de nada, sin terminar la tesis sobre su hipótesis, sin saldar la cuenta, sin entender por qué su tío abuelo Limón Suárez cayó en una combustión espontánea y sabiendo que sigue sin saber nada de él, ella bebió de aquella botella de plástico cortada -a navaja- por la mitad.
El calimocho recorrió sus autopistas y se llenó de preguntas que nunca hará. Por su parte, él, sin saber qué decir, sin nada en la nevera, sin amigos, sin ilusiones, sin talento, sin envergadura, sin hipoteca, sin viento ni marea, sin respuestas, sin preguntas, sin calzoncillos con estampados, sin aliento, sin método, sin saber por qué su tía abuela Cervantina Estación rozó lo imposible y sabiendo que sigue sin saber nada de ella, bebió de la botella cortada por la mitad.
Después, sin tener por qué hacerlo, salieron a dar un paseo y dejaron atrás la sucursal bancaria. Allí, en aquel Banco se conocieron, en lo más alto; en aquellas reuniones financieras con terceros... también cortadas a navaja. Y hoy, por circunstancias y sin saber por qué, prefieren el banco de enfrente y el calor de la fría sucursal. Son Cecilia Pol y Paulino Suárez. Los indigentes de la esquina con una historia más en la mochila de atrás.
El calimocho recorrió sus autopistas y se llenó de preguntas que nunca hará. Por su parte, él, sin saber qué decir, sin nada en la nevera, sin amigos, sin ilusiones, sin talento, sin envergadura, sin hipoteca, sin viento ni marea, sin respuestas, sin preguntas, sin calzoncillos con estampados, sin aliento, sin método, sin saber por qué su tía abuela Cervantina Estación rozó lo imposible y sabiendo que sigue sin saber nada de ella, bebió de la botella cortada por la mitad.
Después, sin tener por qué hacerlo, salieron a dar un paseo y dejaron atrás la sucursal bancaria. Allí, en aquel Banco se conocieron, en lo más alto; en aquellas reuniones financieras con terceros... también cortadas a navaja. Y hoy, por circunstancias y sin saber por qué, prefieren el banco de enfrente y el calor de la fría sucursal. Son Cecilia Pol y Paulino Suárez. Los indigentes de la esquina con una historia más en la mochila de atrás.
Comentarios
¿De lo más alto a la indigencia?
(Opinión peregrina de alguien sin ni idea)