Lo mejor de este día es que Henández puede darse un garbeillo por la calle sin llamar la atención. Murió en 1954 sin consecuencias y sin pena ni gloria. Normalmente pasa los días en la taberna de Fausto, con otros que se arrancan a aceptar su estado, pero una vez al año se empapa en materia para pisar tierra y asfalto. La gente le ve pero no le hace ni caso y él hace lo mismo. Después se acerca a un espejo del escaparate del Gordo (un comercio sin consecuencias) y se echa un ojo.
No es fácil ser un muerto, dice. Pero más difícil es vivir sin derecho a morir. Bueno, eso, querido Hernández, más bien es una putada, contesta Jarrón, el agente cadáver. Y así, sin ganar tiempo a la pérdida del rato y un día después, Henández vuelve la mirada y se encuentra con su hermano Gorf. El problema es que no puede hablar con él porque está en medio de una siesta de día. Y eso no hay muerte que lo cambie. Sonríe y decide volver a morir. Hernández está más tranquilo. ¡Felicidades!
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