Por Fabio Carabeo
Llevo todo el día en modo avión: Operativo, pero incomunicado con el exterior. Con los pies en el suelo, pero volado. Vivo, pero apagado. Y después de escuchar mi nombre por el altavoz de la sala de espera de comisaría, me doy cuenta de que llevo toda la vida desconectado. Me acerco al mostrador número 8 y la funcionaria (Alma Dolores) me pide el DNI. No la entiendo ¿Qué no entiende? La dimensión de mi DNI. Ése es su problema. Usted dirá. Ponga el dedo índice sobre la placa, ahora el otro. ¿A usted, no le pasa? ¿No me pasa, qué? ¿Nunca se ha sentido en modo avión? En modo alguno, espere ahí, por favor.
Me envía al banquillo. Un banquillo que bien podría ser el de los acusados o el de los jugadores no titulares, también el de los microcréditos (un chiste malo lo tiene cualquiera). Espero, me dejo sentir y noto cómo la angustia se va apoderando de mí; desde los pies hasta la cabeza. Quiero evitarlo e intento ponerme en modo silencio, es decir, discretamente conectado al mundo, y susceptible de vibrar con la llamada de Alma Dolores. Dicen que funciona. Sin embargo, no logro callarme por dentro. Sigo esperando, dando voces.
Una niña, agarrada a su madre, me mira con cara de pocos amigos. Como si fuera un criminal. ¿Es ella o yo? Seguramente yo me veía con las esposas. La niña en el fondo me miraba como miraba a su padre; con rencor por no haber cantado el sana sana culito de rana cuando se hizo la herida en el recreo, y no haber parado el golpe.
Alma me llama. Voy. Me siento y me sienta delante de mi DNI. Éste no soy yo. Eso dicen todos al principio, después se asumen. Yo no. Usted no está aquí. ¿Dónde? En este lado. ¿Qué se ve desde ahí? La otra cara. ¿Puedo? Por favor.
Me siento en el otro lado. Entonces, siento el otro lado. En la silla que ocupa Alma cada día. Y cuando ajusto la altura de la butaca a mi estatura se produce un chispazo. Es un flash. Me froto los ojos y cuando los abro estoy en el fotomatón donde empecé a renovarme el DNI hace 12 horas. Por inercia me hago las mismas fotos en las que no me reconozco, vuelvo a comisaría y regreso a mi modo de avión... que ahora sí, descubro que es un bucle en el que estoy atrapado. Alma me llama y una y otra vez caigo en el fotomatón. Tengo un problema de identidad.
Llevo todo el día en modo avión: Operativo, pero incomunicado con el exterior. Con los pies en el suelo, pero volado. Vivo, pero apagado. Y después de escuchar mi nombre por el altavoz de la sala de espera de comisaría, me doy cuenta de que llevo toda la vida desconectado. Me acerco al mostrador número 8 y la funcionaria (Alma Dolores) me pide el DNI. No la entiendo ¿Qué no entiende? La dimensión de mi DNI. Ése es su problema. Usted dirá. Ponga el dedo índice sobre la placa, ahora el otro. ¿A usted, no le pasa? ¿No me pasa, qué? ¿Nunca se ha sentido en modo avión? En modo alguno, espere ahí, por favor.
Me envía al banquillo. Un banquillo que bien podría ser el de los acusados o el de los jugadores no titulares, también el de los microcréditos (un chiste malo lo tiene cualquiera). Espero, me dejo sentir y noto cómo la angustia se va apoderando de mí; desde los pies hasta la cabeza. Quiero evitarlo e intento ponerme en modo silencio, es decir, discretamente conectado al mundo, y susceptible de vibrar con la llamada de Alma Dolores. Dicen que funciona. Sin embargo, no logro callarme por dentro. Sigo esperando, dando voces.
Una niña, agarrada a su madre, me mira con cara de pocos amigos. Como si fuera un criminal. ¿Es ella o yo? Seguramente yo me veía con las esposas. La niña en el fondo me miraba como miraba a su padre; con rencor por no haber cantado el sana sana culito de rana cuando se hizo la herida en el recreo, y no haber parado el golpe.
Alma me llama. Voy. Me siento y me sienta delante de mi DNI. Éste no soy yo. Eso dicen todos al principio, después se asumen. Yo no. Usted no está aquí. ¿Dónde? En este lado. ¿Qué se ve desde ahí? La otra cara. ¿Puedo? Por favor.
Me siento en el otro lado. Entonces, siento el otro lado. En la silla que ocupa Alma cada día. Y cuando ajusto la altura de la butaca a mi estatura se produce un chispazo. Es un flash. Me froto los ojos y cuando los abro estoy en el fotomatón donde empecé a renovarme el DNI hace 12 horas. Por inercia me hago las mismas fotos en las que no me reconozco, vuelvo a comisaría y regreso a mi modo de avión... que ahora sí, descubro que es un bucle en el que estoy atrapado. Alma me llama y una y otra vez caigo en el fotomatón. Tengo un problema de identidad.
Comentarios
A pesar de que te arriesgas a entrar en bucle o a una colleja (como las de Sole), está bien eso de darse la vuelta para ver qué hay. PF tiene mucho de eso, de mirar desde otros ángulos necesarios.