Ir al contenido principal

LA CARA B DE LA CARADURA

Pierde la cara, no sabe nada y decide autorrehacerse –si es que existe semejante verbo-. Es difícil de explicar, pero lo que le ha ocurrido a Sandra Buenatía no tiene nombre, ni verbo. Y lo dicho, ahora ha perdido la cara. No es que se le haya desgarrado la superficie facial del resto, es que la ha perdido de tanto echarla. Como el morro. Y eso que la tenía dura; la cara.

Su maestro de ceremonias, Mandrug Sovivido, siempre la acusó de no hacer nada, de ser una ignorante. De querer ignorar su propia ignorancia. Sandra tuvo un día sus propias dudas, pero se las sacó con la habilidad de un maestro de ceremonias que celebra fiestas ajenas y obtura sus miserias. Ahí empezaron a conectar sus desconexiones personales. Y ella a ejercer de vividora sin entender qué significa vivir.

Ahora ella ha perdido la cara. Sin rastro de su rostro que nadie sabe (ni contesta) dónde ha caído. Él, Mandrug vive muerto desde entonces. Sólo queda camino para autorrehacerse. Signifique lo que signifique, significado a significado, error tras error. Se trata, dice (aspirando) Buenatía, de subir peldaños para avanzar. Y en ello están, él por su cuenta y ceremonia, y ella tratando de separar caradura de cara b, para encontrar el álbum que unifique su vida.
-------------------------

Comentarios

isa ha dicho que…
Yo creo que hasta la cara más dura puede rayarse, como ese “ejercer de vividora sin entender qué significa vivir”, que suena a herida disimulada entre notas y ruido.

Y entre tanto ruido me pregunto yo que sonará en la cara A.

Genial esta vuelta de..disco
Miguel Ángel Pegarz ha dicho que…
Pues no estaría mal que muchas caraduras la perdieran, y si es Buenatía pues esperemos que tenga una segunda oportunidad y saque su mejor cara a la luz.
Juana ha dicho que…
Si se lo propone unificara su cara B con la correspondiente cara A, aveces uno encuentra la horma de su zapato aún cambiándose a menudo ....

Entradas populares de este blog

El verbo y el tren coloquial

Estación de Atocha, Madrid. Enero 2016 Esperaba subirse a un verbo que le llevara lejos. Lejos del último adjetivo que le arrastró hasta el reverso del suelo que pisaba. La mente en blanco y un mapa por recomponer, una geografía por reubicar. La frase de su amiga fue letal. Cada letra iba cargada con verdades que ni él mismo había valorado. Las comas, las pausas, los silencios y lo malditos puntos suspensivos quemaban. Así esperaba ese vehículo redentor. Inquieto, teneroso, tembloroso, entusiasta del desaliento, sabedor de sus miserias, conocedor accidental de las verdades que le dan cuerpo a la mente... ...Y en su maleta tan sólo llevaba un verso contagioso que no escribió. Un texto que recibió por azar de un sueño a través de un diálogo que no sabe cómo empezó pero sí adónde le llevaba.  El murmullo del vagón susurraba desde el fondo del plano. Podía oler el reflejo de su escapada. Imaginaba una huída para empezar, no de cero, pero sí desde un quiebro de sí mismo. Enrai

Idas y venidas por una mala salida

 Viéndolas venir me dieron en toda la cara. Una a una, las idas y venidas de años anteriores (y una del que entra) fueron golpeándome repetidamente hasta que pronuncié la palabra requerida: "Perdón". Las idas reclamaban un sitio concreto al que llegar; las venidas, más dimensiones. La correspondiente a 2021 era ida y estaba algo más perdida. Lo más difícil para mí fue darme cuenta de que tenía la responsabilidad de ubicarlas. Lo supe por una mala salida de otra persona hacia mí. Ésta, la mala salida, me advirtió -poco antes de abofetearme por izquierda y derecha con la mano abierta- de que debía organizarlas. ¿Cómo? pregunté. Viéndolas venir, exclamó. Así que tras pedir disculpas y tomar la firme decisión de implicarme en la búsqueda de lugares y dimensiones, todo empieza. A ver...

En tela de juicio bajo tierra

Me echan monedas... ¡hasta billetes de 10 y 50€! Voy arreglado, sólo estoy algo mareado y sentado en el suelo del metro por no poder sostenerme en pie. Soy abogado , pero no puedo pararles y decirles que no necesito su dinero. No me sale la voz. Estoy preso  en este pasillo... Bloqueado, encerrado y cubierto por aquella tela de juicio que usaba mi padre para tejer el amor hacia mi madre, la gran fiscal en estado permanente (somos 15 hermanos). La superficie de mi maletín tumbado se ha deprimido por la gravedad del dinero... Y no para de hundirse. Yo, mientras tanto, sigo sin saber qué razón inmaterial me impide levantar la cabeza y erguirme como Dios siempre me indicó. Empiezo a detestar el sonido del dinero, la caridad... No puedo defenderme de este ataque absurdo. No sé si me miran mientras tiran su circulante. ¡Nos sabéis lo que llevo en el maletín, desgraciados, no lo sabéis! ¡Con estos papeles sabríais lo fácil que me resultaría hundir vuestros culos en la miseria. Por fin co