Liberar de vaho el espejo del baño, tras la ducha, es un duro ejercicio, porque ahí solo estás tú. Pero en el caso de Gerarda Bifocal... más escabroso todavía, porque no se termina de ver. Y no por una cuestión de verse/percibirse pixelada, sino porque no acaba de reflejarse a gusto.
Lo ha intentado por activa y por pasiva (aunque siempre se ha sentido demasiado activa para activar su parte pasiva), pero no se ve ante sí. Ha acudido a un experto en materias orgánicas en busca de ayuda, a un oftalmólogo ciego, a un sacerdote que camina haciendo círculos, a un fabricante de vinilo y vinagre, a un cultivador de malas ideas, a un contador de letras impares...
Está desesperada, y aunque asume que jamás estará de otra forma, no ha evitado contener la erupción cutánea de una poesía que siempre quiso escribir, pero que nunca dominó. Ahora, por tanto tiene en su nuca un grano en verso que ella misma diseñó en su interior y una decisión que tomar: Reventarlo o mirar.
Finalmente se mira al espejo de espaldas a través de otro espejo. Aprieta los dedos, traga, tensa las cuerdas vocales y revienta el grano. Rimas y sentidos brotan e impregnan el espejo. Piensa, limpia y acaba con el filtro... Se ríe, se refleja y por fín se termina de ver y no vuelve a verse más. Hoy es experta en coser cabos y buscar poemas subcutáneos en vecinos y amigos. Es Gerarda Bifocal.
Comentarios
Si no fuese es grano yo creo que habría acabado vampirizándose a si misma, y de esa o se asume o al menos deja de verse reflejada cada día.