
Joder, que estoy hablando con un muerto, exclamó al conocer a Hernández... Joder, dejadme en paz, reaccionó Hernández. Y se enfrascaron en una discusión tridimensional que duró horas. Al final se enamoraron en una historia sin principio ni fin. ¡Menudo pato!
Desde ese día se ven cuándo y cómo pueden. Esto es, a oscuras, a ritmo de Rock 'n' Roll sin hacer mucho ruido y sin derecho a roce. Digamos, que el ectoplasma no les llega. Así que, como si estuvieran en plena sesión cibernético-masturbatoria con vistas a una trashumancia repentina, se tocaban como podían.
Y ésta es la breve crónica de Romina y Hernández que se escribe tres calles a la derecha, con chaflán que no duda en medio y un vendedor de corbatas sin problemas.
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