
Se tomó una sal de frutas, ya que al no dejar resto alguno en el plato, su organismo le pedía un empujoncito. Un paseo de una hora después estaba listo para deleitarse con la 3ª cita. En Matilda había encontrado lo que su misoginia adquirida en los últimos años le había impedido descubrir en las mujeres. Incapaz de comprometerse con ninguna de ellas, mitad culpa ajena mitad culpa de su aguerrido infante interior, no pasaba del año en una relación.
Algo había cambiado en él, pero no lograba identificarlo. Sentía como si una puerta se le hubiera abierto, dando paso a un mundo propio lleno de ganas de dar y no tanto de recibir. El egoísmo y egocentrismo tan arraigados parecían haber mermado en los últimos tiempos. Estaba listo para entregarse. Matilda, aunque más reservada que Javier, parecía compartir intenciones y emociones.
Caminar sin mirar atrás. Eso hicieron durante los primeros 500 metros. Un buen paseo entre asfalto y hojas amarillentas secas. De la mano, abrazados, separados, joviales, con una sonrisa perenne e idiota en sus caras no dejaban de poner un pie delante del otro. Llegaron al restaurante japonés y se pasaron la velada intercambiando inquietudes. Ya en casa de Matilda comenzaron –y no pararon hasta bien entrada la madrugada- de retozar.
Han pasado 20 años, Matilda y Javier siguen juntos. Son felices y siguen caminando. Eso sí, miran mucho hacia atrás, sin miedo. Y saludan a lo que tienen por delante. Han conquistado su tiempo, con todo lo que implica. No son invulnerables ni están alejados del peligro que ofrece la misma vida, pero conviven y comen juntos siempre que pueden. De hecho ahora, mientras escribo estas líneas, puedo observar cómo se están poniendo ciegos a base platos extremeños. ¡Tiene miga la cosa!
Salud!
Comentarios
Necesito a Poyos.