
Ocurrió un domingo 24 de enero hace 20 años. Bruno Utópico Martín salía de su casa, a eso de las 9 de la mañana, para comprar un paquete de azúcar. Pero antes bajó el sillón que su madre no quería ver más, ni en pintura. Lo dejó en una calle cualquiera de Madrid, cerca del 23 de la calle cualquiera donde vivían los Utópico. Tras comprar el azúcar, volvió a bajar a saludar a un amigo que se había encontrado. No volvió. Y el sillón desapareció también.
Veinte años más tarde la casa de los Utópico está vacía. La madre, Marisma Martín, moría una noche (10 años después de la desaparción de Bruno) en mitad de un sueño. Cuando su mejor amiga y vecina, Lucrecia, la halló al día siguiente se quedó tranquila -más allá del lógico impacto- porque Marisma lucía una bonita y sosegada sonrisa. Pensó que se había encontrado con su hijo. Lo curioso es que ayer me llamó Lucrecia. Estaba nerviosa, excitada... ¡Ven rápido a ver esto! Insistía sin esperar r
espuesta.
Cuando llegué vi el sillón. Sí, ese que está en la foto superior (que hice por cierto, en cuanto Lucrecia dejó de agarrarme el brazo). Se lo encontró cuando bajaba a comprar pan de leña. Estuvimos un buen rato intentando reconstruír y entender lo sucedido. Cansados de no hallar respuesta cada uno volvió a su casa.
En la puerta de mi portal, 100 metros más tarde, se me acerca un tipo con gabardina, a lo cine negro, y me dice: Si te gusta el sillón puedes quedártelo, no es mío. Es tuyo, ¿llevas sentado 20 años en él? Ya estás listo para volver. Desaparece justo antes de mi carcajada. Pero el cabrón me ha dejado intrigado. ¿Quién soy yo para no dudar, de dónde creo que vengo...?
Veinte años más tarde la casa de los Utópico está vacía. La madre, Marisma Martín, moría una noche (10 años después de la desaparción de Bruno) en mitad de un sueño. Cuando su mejor amiga y vecina, Lucrecia, la halló al día siguiente se quedó tranquila -más allá del lógico impacto- porque Marisma lucía una bonita y sosegada sonrisa. Pensó que se había encontrado con su hijo. Lo curioso es que ayer me llamó Lucrecia. Estaba nerviosa, excitada... ¡Ven rápido a ver esto! Insistía sin esperar r

Cuando llegué vi el sillón. Sí, ese que está en la foto superior (que hice por cierto, en cuanto Lucrecia dejó de agarrarme el brazo). Se lo encontró cuando bajaba a comprar pan de leña. Estuvimos un buen rato intentando reconstruír y entender lo sucedido. Cansados de no hallar respuesta cada uno volvió a su casa.
En la puerta de mi portal, 100 metros más tarde, se me acerca un tipo con gabardina, a lo cine negro, y me dice: Si te gusta el sillón puedes quedártelo, no es mío. Es tuyo, ¿llevas sentado 20 años en él? Ya estás listo para volver. Desaparece justo antes de mi carcajada. Pero el cabrón me ha dejado intrigado. ¿Quién soy yo para no dudar, de dónde creo que vengo...?
Comentarios
Cuando te sientas en ese tipo de sofás a esperar te empiezas a hundir sin notarlo. No tienen muelles de esos que reaccionan sacándote a flote (y eso sin contar con el estampado chungo). isa
Fabio
(Mi ordenador se ha despertado poco ortografico y me impide poner acentos, por cierto)