“Menudo joputa. Pacta con terroristas y ahora tenemos que aguantarle cuatros años más. Pero si está claro que ETA ayudó a los moros en Atocha...”.
Hasta aquí puedo leer y hasta aquí llegó mi capacidad de escucha... Y mi paciencia. Esta joyita la escuché tal cual en el metro. Se lo decía un señor a otro mientras se le inflaba y enrojecía la carótida derecha. Es culpa mía, me dije, por no estar leyendo un libro o con un mp3 evitando registrar conversaciones exteriores. Bien es cierto que el tipo (al que no voy a describir porque caería en el tópico estético) hablaba en un tono alto, con ganas de compartir su discurso. Mi consuelo fue observar el entorno... Los gestos de los que estaban alrededor era: algunos se miraban entre sí con complicidad y mofa; otros ponías cara de asco; y otros como yo, alucinaban y miraban para otro lado con la lengua aprisionada entre los dientes. Ninguno, creo yo, aprobaba su delirio.
Es posible que hubiera diálogos más interesantes en aquel vagón, pero sólo me llegó ese. El caso, es que, por ese impulso morboso que nos lleva a mirar y escuchar lo que no nos gusta, regresé tras unos minutos a la conversación. Para colmo el metro se paraba en cada estación más tiempo del habitual. El tema, parecía por fuera, que había cambiado. En el fondo era más de lo mismo. Ahora hablaban de la hija de un amigo, quien al parecer se había puesto un piercing en la ceja. El señor de la primera frase la estaba poniendo de puta para arriba... Como suena. Y después de unos cuantos exabruptos calló. Su amigo, compañero o mártir por fin intervino. Parecía por el gesto que iba a ser más conciliador, pero nada más lejos de la realidad. Su sentencia fue: “Mira, mejor que se lo haya puesto en la ceja que en el coño... Menuda golfa sería”...
En fin. Perdonad por lo soez de la historia, pero necesitaba compartirlo y desahogarme de algún modo. ¡Salud!
Hasta aquí puedo leer y hasta aquí llegó mi capacidad de escucha... Y mi paciencia. Esta joyita la escuché tal cual en el metro. Se lo decía un señor a otro mientras se le inflaba y enrojecía la carótida derecha. Es culpa mía, me dije, por no estar leyendo un libro o con un mp3 evitando registrar conversaciones exteriores. Bien es cierto que el tipo (al que no voy a describir porque caería en el tópico estético) hablaba en un tono alto, con ganas de compartir su discurso. Mi consuelo fue observar el entorno... Los gestos de los que estaban alrededor era: algunos se miraban entre sí con complicidad y mofa; otros ponías cara de asco; y otros como yo, alucinaban y miraban para otro lado con la lengua aprisionada entre los dientes. Ninguno, creo yo, aprobaba su delirio.
Es posible que hubiera diálogos más interesantes en aquel vagón, pero sólo me llegó ese. El caso, es que, por ese impulso morboso que nos lleva a mirar y escuchar lo que no nos gusta, regresé tras unos minutos a la conversación. Para colmo el metro se paraba en cada estación más tiempo del habitual. El tema, parecía por fuera, que había cambiado. En el fondo era más de lo mismo. Ahora hablaban de la hija de un amigo, quien al parecer se había puesto un piercing en la ceja. El señor de la primera frase la estaba poniendo de puta para arriba... Como suena. Y después de unos cuantos exabruptos calló. Su amigo, compañero o mártir por fin intervino. Parecía por el gesto que iba a ser más conciliador, pero nada más lejos de la realidad. Su sentencia fue: “Mira, mejor que se lo haya puesto en la ceja que en el coño... Menuda golfa sería”...
En fin. Perdonad por lo soez de la historia, pero necesitaba compartirlo y desahogarme de algún modo. ¡Salud!
Comentarios
Yo por ejemplo nunca veo Telecinco.
tp