En la autoescuela te enseñan a conducir, a circular por carretera. ¿No hay discusión, verdad? Pero ¿dónde, cómo, cuándo se enseña a caminar por la vía pública, a circular por los pasillos del metro y a entrar en el vagón sin obstaculizar ni atropellar? Aquello de “deje pasar antes de entrar” parece no ir con muchos viandantes. Es como los que aparcan por sus santos… peatones en segunda fila. A mí que la gente vaya a lo suyo, a su bola –como se suele decir- me parece estupendo. Soy partidario del fomento de los espacios personales… Pero joder, no atropellemos a los demás.
Esta especie de reflexión algo airada viene al hilo de un cúmulo de observaciones que vengo haciendo y padeciendo en el Metro desde hace un tiempo. Seguro que no soy el único. Cuando vas en coche y cambias de dirección, indicas tu decisión con el intermitente. ¿Por qué? Es obvio, para comunicarte y avisar, y así evitar que el que va detrás se empotre contra tu coche. Pero claro, cuando ejercemos de peatones no llevamos intermitentes en las orejas. Entonces entra en juego el sentido común y la educación. El otro día –el detonante de este post- me comí a una señora que venía de frente por un pasillo, de pronto se cruzó sin mirar y se echó encima de mí. Afortunadamente iba atento, guardaba la distancia de seguridad… lo que nos libró de acabar en el suelo.
Quizá nuestro amigo empeñado en adherir a Freud a las señales urbanas y yo hayamos coincidido en la misma reflexión. Él con su cruzada que ahora le ha llevado a una pegada en el semáforo (la foto es de esta misma mañana) y yo con esta entrada.
Esta especie de reflexión algo airada viene al hilo de un cúmulo de observaciones que vengo haciendo y padeciendo en el Metro desde hace un tiempo. Seguro que no soy el único. Cuando vas en coche y cambias de dirección, indicas tu decisión con el intermitente. ¿Por qué? Es obvio, para comunicarte y avisar, y así evitar que el que va detrás se empotre contra tu coche. Pero claro, cuando ejercemos de peatones no llevamos intermitentes en las orejas. Entonces entra en juego el sentido común y la educación. El otro día –el detonante de este post- me comí a una señora que venía de frente por un pasillo, de pronto se cruzó sin mirar y se echó encima de mí. Afortunadamente iba atento, guardaba la distancia de seguridad… lo que nos libró de acabar en el suelo.
Quizá nuestro amigo empeñado en adherir a Freud a las señales urbanas y yo hayamos coincidido en la misma reflexión. Él con su cruzada que ahora le ha llevado a una pegada en el semáforo (la foto es de esta misma mañana) y yo con esta entrada.
En otra ocasión (muchas, en realidad) salía por la puerta del vagón y un chaval me impedía el paso. Quería entrar, pero no se daba cuenta de que antes tenía que salir yo. Total, que el tipo no se movía. Lo normal es que ante una situación así, termino cediendo yo. Pero en este caso no lo hice. Me quedé parado, mirándole a los ojos. Tras unos segundos que iban creciendo en tensión –al menos para mí- le dije: ¿Y ahora qué? Se rió, con cara de gilipollas embobado, me pegó un empujón y pasó. Mi sorpresa fue tal que no pude reaccionar. El tren arrancó y me quedé acordándome de él y de toda su (no sé si inocente) familia.
Más casos. Subía por las escaleras mecánicas, también del metro, y dos chicas iban en paralelo y delante de mí, hablando de sus cosas. Como viene siendo normal en este caso, vale con pronunciar un “perdón”, para que te hagan hueco y pases. Bueno, pues ni uno ni dos ni tres… Hasta el cuarto ¡Por favor! no me cedieron el paso. Y lo más denigrante, lo hicieron con cara de mala hostia, como si de un favor se tratara.
El último y desde el coche. Iba por una calle normal en un día normal; tras de mí una importante fila de coches visible desde la acera. Hay mucho tráfico. Voy a desviarme por otra calle, pero un paso de peatones me invita a pensar que alguien puede cruzar. Pero pienso, cuando voy de peatón por la vida y me encuentro con una caravana así soy yo el que cede el paso a los coches. Es lo lógico, no? Bueno, pues cuando estoy casi pisando el paso de cebra, un tío joven decide cruzar. Me mira (y no más allá de mi coche y menos de su nariz), piensa y decelera su paso. Me hubiera encantado poder contar que este último caso terminó con el tipo en el suelo tras resbalar con una cáscara de plátano y su culo cayó sobre una ‘cataplasma’ fecal y perruna. Desgraciadamente no fue así.
¡Salud y educación!
Comentarios
La despoblación de las zonas rurales y el pleve compromiso de recuperar su vida y habitantes hacen que tales situaciones nos parezcan muy alejadas.
Pero al fin tenemos la posibilidad de participar, en igualdad, gracias a Internet.
El fenómeno 2.0 puede permitirnos, a quienes tenemos otros problemas y retos que afrontar, muy distintos a los urbanos, poder unir nuestras manos y conocimiento para tener una sociedad más justa.
Saludos desde Abla - Almería
Paco :-)
Lo de pasar de curso con cuatro asignaturas pendientes no ayuda tampoco.
Ayer, si ir más lejos, una señora de Burgos decidió hacer lo propio y acabé rebotando en su trasero que, bien es cierto, estaba más mullidito que la funda de violonchelo que golpeó contra mi sacro, cuyo dueño fue untado con un gofre de fresa y miel que portaba una joven, sobre quien cayo desmayado un mastodonte trajeado a quien le cayó el "Tom-Tom" que salió volando de las manos de la señora de Burgos.
Apreciado Apeyococo, gracias por regalarme este comentario. Es una joya y, al menos, da para un corto. Te recomiendo un guión ya! Y no sabes cómo me identifico con lo que cuentas.
Un abrazo!