
Swan, cisne. No tenía otro nombre. Su pasado es un misterio, pero su labor es ya una leyenda. Escribió y produjo su primer disco de oro a los 14 años. En los años siguientes, consiguió tantos discos de oro más que hasta pensó en depositarlos en Fort Knox. Llevó el blues a Inglaterra, trajo el Liverpool a América, unió el folk y el rock. Su conjunto, los Juicy Fruits, dio vida por sí solo a los ritmos nostálgicos de los años 70. Ahora está buscando el nuevo sonido de las esferas para inaugurar su propio Xanadú, su propia Disneylandia en el Paraíso, el último palacio del Rock. Esta película es la historia de esa búsqueda, de ese sonido, del hombre que lo creó, de la chica que lo cantó, y del monstruo que lo robó.
Y después, cuando ya tienes la intriga metida en el cuerpo, magistralmente arranca la actuación de los Juicy Fruits. Por cierto, AQUÍ , os dejo un enlace a un reportaje muy completo sobre el filme.

Después me fui a una peli bien diferente: Robocop (Paul Verhoeven). Nada tiene que ver con la poesía musical de El Fantasma del Paraíso. Por el contrario, es un arranque sorprendentemente violento. Una sala de reuniones y un prototipo de policía del futuro (esperando todos los asistentes que sea presente). Entra un robot (tipo los “velociraptores” de El Retorno del Jedi) y se queda esperando órdenes. El inventor le pide a un colega que le amenace con una pistola. Lo hace y el autómata reacciona. Le apunta con dos ametralladoras que tiene por brazos y le pide educadamente que deponga su actitud. El voluntario deja la pistola pero el robot no la oye caer y persiste en su petición… En menos de un minuto le acribilla sin compasión. La fuente de sangre os la podéis imaginar.

El que me dijo tan acertada oración se parecía mucho a Charlton Heston, de hecho iba vestido como si se hubiera salido del rodaje del Planeta de los Simios (Franklin J. Schaffner). Me encogí de hombros y le dije, “al final recuraste la voz, eh?” Y me fui a trabajar con Zuckerman bajo el brazo.
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