Ir al contenido principal

EL METRO NO ARRANCA… ACCIÓN!

Esta mañana el metro se paró entre las estaciones de Diego de León y Avenida de América… La claustrofobia que me entró, avivada por el fallo en el sistema del aire acondicionado, me llevó a cerrar Zuckerman Encadenado (Phillip Roth) y a pensar en los mejores arranques el cine. En concreto empecé por El Fantasma del Paraíso (Brian De Palma)… Una voz misteriosa en off cuenta:

Swan, cisne. No tenía otro nombre. Su pasado es un misterio, pero su labor es ya una leyenda. Escribió y produjo su primer disco de oro a los 14 años. En los años siguientes, consiguió tantos discos de oro más que hasta pensó en depositarlos en Fort Knox. Llevó el blues a Inglaterra, trajo el Liverpool a América, unió el folk y el rock. Su conjunto, los Juicy Fruits, dio vida por sí solo a los ritmos nostálgicos de los años 70. Ahora está buscando el nuevo sonido de las esferas para inaugurar su propio Xanadú, su propia Disneylandia en el Paraíso, el último palacio del Rock. Esta película es la historia de esa búsqueda, de ese sonido, del hombre que lo creó, de la chica que lo cantó, y del monstruo que lo robó.

Y después, cuando ya tienes la intriga metida en el cuerpo, magistralmente arranca la actuación de los Juicy Fruits. Por cierto, AQUÍ , os dejo un enlace a un reportaje muy completo sobre el filme.

Después me fui a una peli bien diferente: Robocop (Paul Verhoeven). Nada tiene que ver con la poesía musical de El Fantasma del Paraíso. Por el contrario, es un arranque sorprendentemente violento. Una sala de reuniones y un prototipo de policía del futuro (esperando todos los asistentes que sea presente). Entra un robot (tipo los “velociraptores” de El Retorno del Jedi) y se queda esperando órdenes. El inventor le pide a un colega que le amenace con una pistola. Lo hace y el autómata reacciona. Le apunta con dos ametralladoras que tiene por brazos y le pide educadamente que deponga su actitud. El voluntario deja la pistola pero el robot no la oye caer y persiste en su petición… En menos de un minuto le acribilla sin compasión. La fuente de sangre os la podéis imaginar.

Se abrieron las puertas del metro, y aunque no era mi parada, me bajé. Un señor me llamó la atención. Me paré para escuchar lo que tenía que decirme: "A mí me encanta cómo empieza La matanza de Tejas (Tobe Hooper)".

El que me dijo tan acertada oración se parecía mucho a Charlton Heston, de hecho iba vestido como si se hubiera salido del rodaje del Planeta de los Simios (Franklin J. Schaffner). Me encogí de hombros y le dije, “al final recuraste la voz, eh?” Y me fui a trabajar con Zuckerman bajo el brazo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El verbo y el tren coloquial

Estación de Atocha, Madrid. Enero 2016 Esperaba subirse a un verbo que le llevara lejos. Lejos del último adjetivo que le arrastró hasta el reverso del suelo que pisaba. La mente en blanco y un mapa por recomponer, una geografía por reubicar. La frase de su amiga fue letal. Cada letra iba cargada con verdades que ni él mismo había valorado. Las comas, las pausas, los silencios y lo malditos puntos suspensivos quemaban. Así esperaba ese vehículo redentor. Inquieto, teneroso, tembloroso, entusiasta del desaliento, sabedor de sus miserias, conocedor accidental de las verdades que le dan cuerpo a la mente... ...Y en su maleta tan sólo llevaba un verso contagioso que no escribió. Un texto que recibió por azar de un sueño a través de un diálogo que no sabe cómo empezó pero sí adónde le llevaba.  El murmullo del vagón susurraba desde el fondo del plano. Podía oler el reflejo de su escapada. Imaginaba una huída para empezar, no de cero, pero sí desde un quiebro de sí mismo. Enrai

Idas y venidas por una mala salida

 Viéndolas venir me dieron en toda la cara. Una a una, las idas y venidas de años anteriores (y una del que entra) fueron golpeándome repetidamente hasta que pronuncié la palabra requerida: "Perdón". Las idas reclamaban un sitio concreto al que llegar; las venidas, más dimensiones. La correspondiente a 2021 era ida y estaba algo más perdida. Lo más difícil para mí fue darme cuenta de que tenía la responsabilidad de ubicarlas. Lo supe por una mala salida de otra persona hacia mí. Ésta, la mala salida, me advirtió -poco antes de abofetearme por izquierda y derecha con la mano abierta- de que debía organizarlas. ¿Cómo? pregunté. Viéndolas venir, exclamó. Así que tras pedir disculpas y tomar la firme decisión de implicarme en la búsqueda de lugares y dimensiones, todo empieza. A ver...

En tela de juicio bajo tierra

Me echan monedas... ¡hasta billetes de 10 y 50€! Voy arreglado, sólo estoy algo mareado y sentado en el suelo del metro por no poder sostenerme en pie. Soy abogado , pero no puedo pararles y decirles que no necesito su dinero. No me sale la voz. Estoy preso  en este pasillo... Bloqueado, encerrado y cubierto por aquella tela de juicio que usaba mi padre para tejer el amor hacia mi madre, la gran fiscal en estado permanente (somos 15 hermanos). La superficie de mi maletín tumbado se ha deprimido por la gravedad del dinero... Y no para de hundirse. Yo, mientras tanto, sigo sin saber qué razón inmaterial me impide levantar la cabeza y erguirme como Dios siempre me indicó. Empiezo a detestar el sonido del dinero, la caridad... No puedo defenderme de este ataque absurdo. No sé si me miran mientras tiran su circulante. ¡Nos sabéis lo que llevo en el maletín, desgraciados, no lo sabéis! ¡Con estos papeles sabríais lo fácil que me resultaría hundir vuestros culos en la miseria. Por fin co