Lucas está desesperado gracias a las obras que está haciendo en su casa. Y desde que está exiliado en la mía no es el mismo. Somos amigos desde la más tierna infancia, hemos estudiado juntos, nos hemos pegado, él es del Madrid y yo del Atleti, pero paradójicamente –sobre todo por él- coincidimos en el Estu. Estudió Filología Semítica y yo Periodismo, pero nos seguimos viendo. Tampoco sendas carreras laborales nos separaron. Y para el/la que esté pensando en una tensión homosexual no resuelta entre ambos… siento decepcionarle. Hemos veraneado juntos, pasando semanas compartiendo techo. Nunca hemos estado con una misma chica. Tenemos gustos diferentes.
Todo apuntaba por tanto a que la convivencia en estos días de ‘reforma’ sería armónica. Nada de eso. Está insoportable. Inaguantable. Todo empezó al día siguiente de que los albañiles pisaran su baño; su refugio más preciado, allí donde mejor fluyen las ideas, afirma siempre. Cuando lo vio en pelotas, sin paredes, ni suelo… sin bañera, sin bidé… sin nada de nada… Se hundió en la miseria. Fue como si le hubieran arrancado las entrañas. Esas tuberías al aire, esa llave de paso que ya no dejaba pasar nada, ese olor a un todo de nada, ese ambiente machacado por martilleadores con mono azul… Me confesó su dolor, su tristeza, su decepción consigo mismo y con la vida.
Lucas me dijo algo que nunca me había dicho: ¿te acuerdas cuando Paula te puso los cuernos y me ofrecí a cagar a palos al sinvergüenza aprovechado? ¿recuerdas que nunca lo encontramos? Pues fui yo. No me afectó, aquello había sucedido hacía años. Me jodió que nunca antes hubiera hecho mención; ese cinismo que aplicaba a las conversaciones íntimas que compartimos entonces. Pero entendí que todos tenemos un lado oscuro y que el “chico conoce a chica de amigo, chica se cepilla a amigo del novio” era un clásico. Pero él no parecía haberlo superado. La culpabilidad para conmigo afloró paralelamente a la destrucción del wc de Lucas.
Sólo fue la punta del iceberg. Esa confesión tenía que ver conmigo, pero existía un tremendo surtido de miserias que apaleaban el fuero interno de Lucas. Dejó de compartirlo y la mala hostia se asentó su trato conmigo. Llegamos a horas diferentes y no nos hablamos cuando estamos en mi casa.
Las obras ya han terminado, la casa ha quedado impecable. He estado hablando con Lucas hace un rato. Me dice que se va, pero no a su casa, sino a Noruega. Vende su piso. No quiere verlo nunca más. Antes va a pasarse por Cuenca a ver a su tía Marisa. Todo es mentira.
Todo apuntaba por tanto a que la convivencia en estos días de ‘reforma’ sería armónica. Nada de eso. Está insoportable. Inaguantable. Todo empezó al día siguiente de que los albañiles pisaran su baño; su refugio más preciado, allí donde mejor fluyen las ideas, afirma siempre. Cuando lo vio en pelotas, sin paredes, ni suelo… sin bañera, sin bidé… sin nada de nada… Se hundió en la miseria. Fue como si le hubieran arrancado las entrañas. Esas tuberías al aire, esa llave de paso que ya no dejaba pasar nada, ese olor a un todo de nada, ese ambiente machacado por martilleadores con mono azul… Me confesó su dolor, su tristeza, su decepción consigo mismo y con la vida.
Lucas me dijo algo que nunca me había dicho: ¿te acuerdas cuando Paula te puso los cuernos y me ofrecí a cagar a palos al sinvergüenza aprovechado? ¿recuerdas que nunca lo encontramos? Pues fui yo. No me afectó, aquello había sucedido hacía años. Me jodió que nunca antes hubiera hecho mención; ese cinismo que aplicaba a las conversaciones íntimas que compartimos entonces. Pero entendí que todos tenemos un lado oscuro y que el “chico conoce a chica de amigo, chica se cepilla a amigo del novio” era un clásico. Pero él no parecía haberlo superado. La culpabilidad para conmigo afloró paralelamente a la destrucción del wc de Lucas.
Sólo fue la punta del iceberg. Esa confesión tenía que ver conmigo, pero existía un tremendo surtido de miserias que apaleaban el fuero interno de Lucas. Dejó de compartirlo y la mala hostia se asentó su trato conmigo. Llegamos a horas diferentes y no nos hablamos cuando estamos en mi casa.
Las obras ya han terminado, la casa ha quedado impecable. He estado hablando con Lucas hace un rato. Me dice que se va, pero no a su casa, sino a Noruega. Vende su piso. No quiere verlo nunca más. Antes va a pasarse por Cuenca a ver a su tía Marisa. Todo es mentira.
Comentarios
Los vertigo-fans queremos saber,,,
Así que... ¡Todo es mentira! Y recomiendo: "Todo es mentira" (de Fernández Armero).
Un abrazo!
La realidad es que Lucas estaba destrozado cuando llegó a Cuenca y se puso a gritar como un loco cuando vió mi cuarto de baño con un cartel de NO USAR-AVERIADO. No se cómo le va en Noruega.
Tía Marisa