Lo reconozco, con 13 años hice mis pinitos como “breaker”. Llegué a ver unas 113 veces Breakdance, Electric Boogalo y Beat Street. De hecho me llamaron, a mí y a mis amigos, para participar en el concurso de Tocata; que por entonces dirigía para TVE Mauricio Romero. Antes yo había enviado una solicitud… El problema es que no daba la talla, ni la edad. Requisito imprescindible era haber cumplido los 14. Gracias a ese año que no tenía aún en mi haber me salvé de hacer el ridículo. Lo hizo por mí un compañero del colegio que pensaba que era el mejor. No pasó ni el primer corte.
Que a qué viene esta catarsis “quebrada”; pues viene a cuento porque ayer me enviaron un vídeo que me dejó en el sitio. Es el que os paso bajo estas líneas. Os avanzo, se trata de un concurso de break dance en algún lugar de Japón en 2001. No perdáis detalle del tercer participante; el de rojo o naranja, según la retina que lo mire. Reflexión: han pasado más de 20 años. ¡Soplá, ni me he enterado! Mi profesor de lengua y mi abuelo tenían razón… El tiempo pasa.
Estación de Atocha, Madrid. Enero 2016 Esperaba subirse a un verbo que le llevara lejos. Lejos del último adjetivo que le arrastró hasta el reverso del suelo que pisaba. La mente en blanco y un mapa por recomponer, una geografía por reubicar. La frase de su amiga fue letal. Cada letra iba cargada con verdades que ni él mismo había valorado. Las comas, las pausas, los silencios y lo malditos puntos suspensivos quemaban. Así esperaba ese vehículo redentor. Inquieto, teneroso, tembloroso, entusiasta del desaliento, sabedor de sus miserias, conocedor accidental de las verdades que le dan cuerpo a la mente... ...Y en su maleta tan sólo llevaba un verso contagioso que no escribió. Un texto que recibió por azar de un sueño a través de un diálogo que no sabe cómo empezó pero sí adónde le llevaba. El murmullo del vagón susurraba desde el fondo del plano. Podía oler el reflejo de su escapada. Imaginaba una huída para empezar, no de cero, pero sí desde un quiebro de sí mismo. Enrai
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