Eugenio Bulto padece claustrofobia, pero no lo sabe. Sospecha de los demás, nunca de él. Si baja o sube a bordo de un ascensor de 2 ó 4 metros cuadrados tiende a pensar que su angustia procede de sus compañeros de habitáculo; piensa que le envían malas vibraciones o mensajes envenenados a través del aire mermado. Porque de lo contrario no se explica los mareos ni los delirios, ni mucho menos los sudores fríos. Algo así creí entender en la entrevista que he mantenido con él para MISTERVÉRTIGO.
Además de no poder (sin ser consciente, insisto) con los sitios cerrados sufre el llamado “mal del tuno, castigo para todos”. Una pauta de comportamiento que consiste en tatarear casi constantemente el Clavelitos y otros clásicos; hacerlo en cualquier espacio y hora del día de manera indiscriminada; y después negar que lo hace si alguien le llama la atención.
Realicé la entrevista al aire libre. En concreto en el Jardín Botánico de Madrid. Lo elegí yo, por motivos obvios. Eugenio se puso en contacto conmigo porque quería dar a conocer su historia; su versión. Sobre este asunto volveré, no sé si transcribiré la entrevista entera, pero lo retomaré de algún modo.
Resulta que tras años vaciándose de culpas y traumas sobre los demás (amigos, compañeros, parientes, novias… estanqueros, serenos y cerrajeros), Eugenio empezó a notar cierta animadversión hacia él, evidentemente sin entender el motivo; por tanto era incapaz de solucionar nada. Un día, finalmente, “los otros” tomaron una decidieron: ‘escurrir al Bulto’. ¿Qué pasó entonces? Que salió tanto líquido indefinido que caló a todo Cristo. Hoy, con menos culpa que nunca, pero sí más dolor sobre sus espaldas por desconocimiento propio… empieza a preguntarse si habrá hecho algo mal… ¡Escurrío "el bulto", se acabó la rabia! Proclama un tal Flauto Nosoy ¡Misión conseguida! Le secunda Gurgué Demasiado.
Salud!
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